Todo resbala por la convexidad
de mi superficie.
Ni un minúsculo saliente
al que agarrarse.
Es implacable la erosión
de la estupidez y el vacío…
No tengo manos
para asir la ternura,
y, por primera vez,
deseo la organicidad,
el estremecimiento,
el latido que precede a otro latido.
Es insoportable
la oquedad de ser piedra,
la ausencia del húmedo musgo
que aligere los largos días
de intemperie.
Julia Navas Moreno