La muerte feliz / El extranjero, de Albert Camus


Como (casi) todo lector, probablemente, me inicié en la obra de Albert Camus con La peste y El extranjero. No sé cuánto hace que leí ambas obras, quizá fue en los tiempos de la universidad. Hace poco encontré La muerte feliz, que no conocía, y luego volví a la librería para comprar la versión de El extranjero traducida por José Ángel Valente (porque yo había leído otra traducción, y cuando releo un libro me gusta encontrar traducciones distintas, si las hay: y suele haberlas cuando se trata de clásicos). Leí la primera de esas dos novelas y luego releí la segunda. Y me llevé una sorpresa. Porque Camus escribió antes La muerte feliz, obra que comparte protagonista (Mersault) y algunos otros elementos, pero optó por no publicarla porque no se ajustaba a sus requerimientos, porque no era una novela pura, le faltaba cierta unidad, como nos explican en el prólogo; decidió abandonarla y dedicarse a escribir El extranjero.

La muerte feliz quizá sea menos potente en conjunto y en importancia, menos efectista que El extranjero, pero me parece una novela más completa, con ciertos pasajes filosóficos, con cierto lirismo en algunos momentos: con más carne, por así decirlo. Es curioso porque hace unos días leí en algún sitio la lista de libros predilectos de Patti Smith y, de Camus, no había elegido La peste o El extranjero, sino precisamente La muerte feliz, donde Mersault también asesina a un hombre, pero la historia sigue otros derroteros diferentes. Esto no significa que ahora El extranjero me parezca menor o sobrevalorada, como sostienen algunas personas: pero creo que La muerte feliz es superior como pieza literaria o como novela clásica. Por si alguien no las ha leído, prefiero no destriparlas más. Mi consejo es que lea ambas, a ser posible en estas ediciones de bolsillo de Alianza que reeditaron el año pasado. Aquí van algunos extractos:

De La muerte feliz:

Se le mezclaban en la boca la amargura del sueño y la del tabaco. Miró otra vez la habitación rascándose las costillas por debajo de la camisa. Le subía a la boca una dulzura espantosa ante tanto abandono y tanta soledad. Al notarse tan lejos de todo, e incluso de la fiebre, al sentir con claridad tan meridiana en esa habitación cuantas cosas absurdas y míseras hay en lo hondo de las vidas mejor preparadas, se alzaba ante él el rostro vergonzoso y secreto de algo así como una libertad que nace de lo sospechoso y de lo fraudulento. Lo rodeaban horas fláccidas y fofas y el tiempo entero chapoteaba como si fuera cierto.

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Agarró a Catherine por el hombro y, sacudiendo la cabeza, le roció la cara de agua.
-El error, Catherine, niña, es creer que hay que escoger, que hay que hacer lo que uno quiere, que existen condiciones para la felicidad. Lo único que cuenta, ¿sabes?, es la voluntad de felicidad, algo así como una conciencia enorme, siempre presente. Lo demás, mujeres, obras de arte o éxitos sociales, no son sino pretextos. Un cañamazo que espera nuestros bordados.
-Sí –dijo Catherine, los ojos llenos de sol.


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De El extranjero, el célebre inicio:

Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo: "Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame". Nada quiere decir. Tal vez fue ayer.


[Alianza Editorial. Traducciones de María Teresa Gallego (La muerte feliz) y José Ángel Valente (El extranjero)]




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