el arte podría ser la adicción feroz del que busca monedas en las cabinas telefónicas sabiéndolas desaparecidas casi por completo de las calles. ese hambre convexo por la trascendencia. la cosa se pone fea cuando pierdo la cuenta de las luciérnagas que a mi jardín vienen a morir ovillándose verdes hacia la eternidad. quiero escribir y abrazarme a lo que me designifica y dejar de joder con el mismo discurso. como ruido de fondo el de los icebergs el de las reales academias de la lengua derrumbándose azules sobre el vórtice donde todo acaba.
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la música suena en el bar. abro y cierro el libro a intermitencias. liviana la mañana que desembocará desmesurada en la tarde. hay un hilo apenas visible y sucio que une todas las palabras de una lengua muerta y no tengo ni puta idea de por donde empezar a escribir algo al margen de esa tendencia frenética del yo y sus desiertos vacíos.
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guardo en un cuenco de madera la lluvia que me brota por dentro. pero no consigo la invisibilidad de la que os hablaba hace días. la poesía es el fraude y/o desafío que me calma el hambre. llevar la soledad al extremo dice el vagabundo del dharma pero lo único que pretendo es escribir con mi sangre una crónica sincera de la nieve.
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era una buhardilla. había un tocadiscos y vinilos de Billie Holiday y Nina Simone. había cervezas en la nevera. el hambre por lo conceptual iluminaba las paredes. queríamos hacer literatura de todo aquello y el único camino era vivir sin miedo bajo los tejados resplandecientes.
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la niebla irrumpe en el viaje. es el movimiento. lame a los perros o a la indiferencia de los transeúntes. hace literatura rusa con nuestra angustia, hace imposible cualquier intento de comprender. me atraviesa y giro desprovisto sobre el vacío que todo lo ocupa.
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es a veces la desaparición de las aguas. el holograma de Maria Callas o el precipicio desmilitarizado de un poema. son esas cosas que la literatura subterránea tiene que contar. cuando escribo me hago invisible y me gustaría comprender el desenlace del iceberg. desaparezco en la luz de mi propia carne hacia ninguna respuesta hacia la duda tridimensional.
Roberto Ruiz Antúnez