Vive en mí un mandril histérico que no cesa de poner caras a los transeúntes que se acercan a su jaula. Si pudiera estrangularía cuellos de aves, mordería tripas de ratones hasta notar en la punta de su lengua la última respiración del mamífero en el momento en que uno de los ojos se le descoyunta. Hay algo en mí de mirarse un viernes en el espejo de perfil y medirse la barriga con las diferentes etapas que ha sido durante mi vida. Hay en mí una parálisis de niño hebefrénico en medio de un circo. Lo veo, me percibo en mi agorafobia, encerrado en una pantalla que hace las veces de la jaula del mandril y poniendo gestos, invitando a cada nervio a hacer su movimiento por leve que sea. Hay en mí un hombre serio que come solo y luego se pone un café mientras observa el techo de la cocina y también oye, desde una especie de más allá, noticias que llegan desde un televisor que truena en su apabullante encendido. Hay en mí una hoguera donde un animal sonríe y me he acercado, en algún momento, a acariciarle. Pero se retira. Prefiere arder junto con todas esas cosas que viven al otro lado de mi vida.
Alberto Masa