No estamos ante una novela plagada de elementos descriptivos. Al contrario, McCarthy nos presenta una escritura despojada, pero con una riqueza capaz de evocar en un par de palabras un país entero, incluso un planeta. Con apenas un par de detalles por parte del escritor, se sabe que el holocausto ha ocurrido en todo el planeta. Presenta silencios llenos de ruido, llenos de tragedia e imágenes diabólicas. La carretera simula el río de los muertos, con sus dos personajes errantes, rodeados de ausencia de calor y esperanza, rodeados de barbarie, un elemento que McCarthy emplea en todas sus novelas como una odisea, así como la idea del viaje. Y en esa odisea hay pocas escenas, se pueden contar con los dedos de una mano. La escena de la playa es brutal, la de la casa donde encuentran una «despensa» también, es en la única donde sentí verdadero miedo. Sin embargo, aunque pocas, la naturaleza lacerante es la que invade todo.
La naturaleza es una parte esencial de La carretera. Naturaleza, camino y personajes se funden en uno solo concepto, uno no podría subsistir sin el otro en ese mundo devastado. La naturaleza, el bosque constante, actúa como personaje supremo que los engulle. Es una naturaleza punzante de frío y nieve que alberga a salvajes y a gente que solo quiere avanzar, como padre e hijo. Una naturaleza que muestra aniquilación. No se sabe cuándo ha pasado, solo se intuye que los supervivientes son pocos y pueden aparecer en cualquier momento. Me ha recordado a La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, esa idea de soledad y naturaleza hiriente que actúa como un personaje sorpresivo y demoledor. También tiene un paralelismo con Soy Leyenda, de Richard Matheson (1954). Ambas son novelas posapocalíptica, de hecho, en La carretera estaba esperando que apareciera un perro, y agradecí que no saliera. No obstante, hay bastantes semejanzas: niño-perro, entorno natural-entorno urbano, vampiros-salvajes; aunque el estatismo de Matheson contrasta con el movilismo de McCarthy, cierto. Pero al leer a McCarthy una vislumbra la cantidad de literatura que hay detrás: Faulkner, Melville, Dostoyevsky.
El autor de No es país para viejos emplea la misma cadencia, respetando los tiempos que el lector necesita para saborear ese medio tan frágil como robusto. De hecho, la puntuación tiene sus propias reglas y se inclina hacia la mínima expresión (aunque ya me ha pasado con más publicaciones de la editorial). Los diálogos entre padre e hijo, minimalistas y contundentes, plantean la tensión constante del peligro. Peligro a morir, peligro a ser vistos, peligro al sufrimiento. Sin embargo, ambos encarnan un compañerismo y familiaridad plagada de afecto. El niño es la voz de la conciencia del padre, siempre hay que hacer el bien y paliar el hambre de los demás con alguna lata de piña en conserva. Parece que es el hijo quien protege el padre.
A lo largo de su travesía, padre e hijo se meten en pequeñas poblaciones y recorren los escenarios de la infancia del padre, recuerda así que hubo un pasado con una sociedad alejada de la caída a la que se han visto expuestos. Pero McCarthy también tiene momentos de placer para los dos protagonistas, tales como cuando se encuentran con un búnker, lo que supone, no solo comida enlatada (siempre será enlatada), sino también calor y aseo. Aunque siempre tienden a la huida, ante cualquier ruido que escuchen, aunque de un ciervo se trate, continúan con la marcha, con el carrito del supermercado a cuestas (gran protagonista donde los haya).
Unos años más tarde, se estrenó la película, dirigida por John Hillcoat y protagonizada por Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee. He de decir que la película es bastante fiel al libro. Cierto que el libro y la película son muy tristes, acojonantemente tristes, pero el libro emplea una escena que, siendo la misma, esta se muestra mucho más desgarradora. De hecho, lloré en la escena final. Y no es por lo que cuenta, es por lo que calla. El lector tiene que emplear la imaginación, que, en este caso, aparece de una forma brutal invadiendo nuestra esperanza. Un libro altamente recomendable.
La novela da mucho que pensar sobre cómo sería la vida, no ya en la Tierra, sino en tu propio barrio o ciudad con semejante escenario. ¿Os imagináis comiendo latas en conserva el resto de vuestra vida? Y vosotros, ¿habéis leído alguna novela posapocalíptica ambientada en la Tierra?
El estadounidense Charle McCarthy (1933), se trasladó con cuatro años a Knoxville, y estudió Humanidades en la Universidad de Tennesee, estudios inconclusos pues ingresó en la Fuerza Aérea. Tras ello, intentó de nuevo, sin éxito, terminar sus estudios. Marchó a Chicago y comenzó a publicar en 1965. Viajó dos veces por Europa gracias a sendas becas, y se casó tres veces. Tras su último matrimonio marchó a vivir a Nuevo México. En la actualidad, no se conocen muchos datos de él por la celosa reserva de su intimidad. Trabaja también como guionista cinematográfico, y varias de sus obras han sido adaptadas al cine. Ha obtenido varios premios, como el Pulitzer de novela en el año 2007 (fuente: Lecturalia).