Steven Strogatz: El placer de la X.
Taurus. Traducción de David Mejía.
Este libro, publicado en 2013, no fue abierto en cinco años. La espera terminó en el momento oportuno, lo que tal vez signifique que tuvo algún sentido o valió la pena (sí, oye, pero ¿cuánta?).
A buen paso, el autor recorre con prodigiosa nitidez casi toda la historia de las matemáticas (o matemática). Los ejemplos se vuelven cristalinos mientras la teoría se convierte —esto es cierto— en algo cercano y descifrable.
Quizás aburra a los eruditos. Para los inexpertos, sin embargo, emerge de estas páginas una verdad elemental: también en matemáticas, lógica y misterio van parejos. Razón e intuición componen un cóctel indisoluble que favorece nuestra comprensión del mundo, independientemente de sus consecuencias.
Allá por donde miremos, crecen las conjeturas. En la página 250 Strogatz dice: «luchar contra los obstáculos puede dar lugar a una gran belleza; en arte y matemáticas a menudo es más fructífero imponer restricciones sobre nosotros mismos. Piense en un haiku, o en un soneto». O después, en el capítulo siguiente: «en privado, las matemáticas tienen dudas. Se cuestionan a sí mismas y no están seguras de tener siempre la razón, especialmente en lo que al infinito se refiere. […] Bajo una fachada de seguridad y dureza, se encuentra una persona confusa y asustada».
¿No reflejan estas reflexiones nuestro fuero más interno, ese fondo mutable y a ratos trastornado?
Lo expresó bien el nobel E. P. Wigner: «La enorme utilidad de las matemáticas es algo que roza lo misterioso, y no hay explicación para ello. No es en absoluto natural que existan “leyes de la naturaleza”, y mucho menos que el hombre sea capaz de descubrirlas».
La cita es de Wikipedia. Citar: el noviete molón cuando apenas se sabe.