No tenías el corazón de un Rey.
Quizás por eso las pocas flores que tuvimos
se nos morían en el patio.
Entonces juntaba los pétalos secos
para dártelos con el puño cerrado como si la muerte
fuera un manojo de luciérnagas.
No hubo patria. Tampoco rezábamos
pero vos hacías guardia toda la noche
cuando yo buscaba tirarme de la cama.
Así que alguna vez habrá que devolverle a nuestra fe
la corona luminosa que nos cantaba de alegría.
(de El valle de los cerdos)