Hace muchos años conocí a una mujer que, tras una crisis existencial, prefirió romper todas sus fotografías antes que quitarse la vida. Tan solo se quedó con una: esta. La tenía expuesta en la librería que regentaba en un barrio exclusivo de San Petersburgo. Cenando en mi hotel me dijo: “Mis fotos son los espejos”. Desde entonces, no he vuelto a saber de ella, aunque la foto, hoy, la he visto en el perfil de Instagram de un desconocido. Sigue en la librería, tan enigmática, rodeada de los mismos estantes y anaqueles. Por un instante he creído verla pasar por la pantalla de mi móvil, desnuda, oliendo a madreselva.