Así nos imagino.
Yo estoy subida a un árbol,
se parece a un nogal
pero dos girasoles
azotan a mis pies
su mácula inocencia.
Me miras. Me invitas
a acercarme con las manos.
Hay un océano lisérgico
con demasiadas algas
obstruyéndome el vientre.
Tengo miedo, pero te digo:
¡Claro!
Tú respondes: ¡Oscuro!
Te trepo.
¡Hay tanta belleza
en la antonimia!
Allí, en las alturas,
ignoramos la llanura
bactereológica de los
felpudos,
hay un rubor aséptico
tiñendo de violeta mis mejillas
y puedo verte hundir,
consecutivamente,
tus pies de cartón pluma
en una nube.
Delimito tus huellas
con los dedos,
recoloco las vísceras,
cabeza, corazón...
todo en un mismo eje
y me aproximo a ti
con velocidad líquida.
El amor es un sólido,
me dices,
¡Bendita antonimia!
Oteamos a lo lejos
las multiples mutaciones
que han sufrido nuestros ídolos
en sus altares de asfalto.
El único evangelio que profeso
se hunde en el abismo de tus ojos,
replicas,
y moldeas con los muslos
un memorándum de razones
para mantener curva
la sonrisa.
Así nos imagino,
yo estoy subida a un árbol,
reivindico la autonomía
de los instintos,
Tú me instas a saltar.
Entre tanto, la brisa,
nos arroja a la cara
un dictum muy conciso:
Sois los neorrománticos
del siglo XXI
desenraizando a gritos
el sentido más trágico
de la vida.
¡Volad, cobardes!
Nos guiñamos los ojos
al unísono,
dejamos que el anochecer
nos abra paso.
Gema Fernández Martínez