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Ahora cualquier pueblo, mientras tenga un tamaño adecuado para ser llamado pueblo y no pedanía o aldea (y aún así hay excepciones) ya dispone de una piscina municipal. Y esta piscina municipal es un buen lugar para pasar las peores horas del día, sobre todo si también tiene un bar o un merendero en condiciones. Nuestro pueblo, el pueblo que ya sólo es nuestro en agosto, el pueblo en el que aún se nos conoce por los apodos de nuestros padres, tiene una buena piscina municipal, desde luego, una piscina estupenda. Pero nosotros preferimos el río. O los ríos, mejor dicho, porque con uno no tenemos bastante. Por eso algunos días andamos hasta el Palancia, que supone una muy agradable excursión entre campos y pinares. O cogemos el coche, y hacemos algunos kilómetros hasta el Millares. No vamos solos. Otras familias con otros niños vienen con nosotros. Lo hacemos por ellos, nos decimos, lo hacemos por los niños, para que vean otros sitios, para sacarlos de la rutina, para que sepan lo que es bañarse en un río. Ellos son niños de ciudad. Saben mucho de piscinas, de toda clase de piscinas, pero no tienen idea de ríos, de las corrientes fuertes, de las aguas muy frías y oscuras que casi nunca se remansan, de las piedras del fondo, esas piedras que según el momento del verano, emergen o están ocultas peligrosamente bajo la superficie uniforme del agua, de los peces y los pájaros y las serpientes y las ranas, de las ardillas y los lagartos, de las orillas resbaladizas y de los troncos caídos que sirven de improvisados puentes y trampolines, de los prados y bosques de ribera donde pueden jugar libremente después de bañarse.
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VERANO ENTRE RÍOS. VER AQUÍ:
https://elcuadernodigital.com/2018/07/11/verano-entre-rios/