
El plagio es condenable, sin fisuras ni excusas grandilocuentes. Esta forma de corrupción es común, antigua y de muy mal gusto, la practique quien la practique. Al plagiario lo convierte en víctima de sus limitaciones y vanidad; al plagiado, lo cosifica, transformándolo en mero objeto de copia. Seguir leyendo aquí.
Artículo publicado en el diario La Prensa, 28 de junio de 2018.