De tu recuerdo nacerán flores. Despedida y homenaje a Elvira Daudet.


Concluye mi segunda sesión de firmas en una feria del libro pasada por agua y me siento halagado. Un buen amigo y escritor me dijo una vez que le costaba conciliar el sueño tras una presentación intensa, multitudinaria o no, y a mí me pasa lo mismo. Compartir un rato con aquellos que sostienen tus letras con sus miradas, tiempos y peculios tiene algo de taumaturgia severa. Por eso se me ha instalado en el pecho un agujero negro de contradicciones cuando, una voz amiga y cálida en su formato digital, me ha anunciado la muerte de la poeta Elvira Daudet.   


    
Hoy, si la vida fuera justa, las redes de este país, de este fascinante teatro de grandezas y miserias que es la actualidad, se llenarían de sus versos. Desbancarían a Zinedine Zidane y a Pedro Sánchez, y convertirían en poderosa herramienta de cambio, reflexión y emoción unas letras que ya viven en nosotros, aquellos que leemos y admiramos a una poeta cierta. Sé que eso no ocurrirá, como nuestra querida Elvira también sabía que no hay caimanes en abril, que los bárbaros habitan en nosotros, que no existe sendero recto en el laberinto carnal y que es bien sencillo perder la razón en los cuadernos del delirio.
Pocos autores, independientemente del reconocimiento recibido, han plasmado con mayor brío, intensidad y verdad el dolor. Su poesía es un viaje por las penas y el desasosiego.Un combativo y esteta lindero a través de las impurezas de la existencia. Hallazgos líricos de resonancias clásicas y contemporáneas construyen unos poemarios de los que es imposible no salir herido. Leer a Elvira Daudet es una catarsis segura, un impacto en el vórtice de los sentidos y un cuestionamiento constante de la sociedad que nos cobija. Un aldabonazo, en definitiva, en la línea de flotación de nuestra más íntima conciencia.
Dicen que el tiempo nos hace más sabios, que atempera el sufrir y que es bálsamo para las cuitas del alma, y quizá sea así. ¿Quién sabe? Lo que sí es cierto es que me voy acostumbrando a narrar y a acomodar en mi ánimo la desaparición de figuras tan queridas como preclaras, pero eso no hace que escueza menos. La fuerza de la costumbre normaliza, pero no sustrae la sal de las heridas, sólo que ahora no las llevamos a flor de piel. Son costurones secos que se instalan en el temple encallecido, ahí, muy cerca de las entrañas, donde alguna vez residió el idealismo más ingenuo, ese que se fragua en la Icaria feliz de la niñez. Aquel motor hoy sigue vivo, despierto y en marcha, pero se mantiene por la fuerza de lo leído, de lo vivido y de lo sentido. Acaso es todo lo mismo.
Hoy, todos los que amamos las letras nos quedamos huérfanos. En lo literario, perdemos una de esas figuras sensacionales a las que el reconocimiento como poeta le llegó tarde, pero cuya generosidad y creación nunca se empañaron con la ciega vileza de sus coetáneos. Una voz poderosa que, desde la sensibilidad innata de quién nació poeta, logró hacerse una voz imprescindible de nuestros días. Y ese vacío duele.

Recuerdo con claridad la única vez que estuve con ella en persona. La entrevisté en su casa de Atocha. Me recibió con Pau Casals sonando, una tonelada de humanidad en cada palabra y una incipiente artrosis en las manos que no le restaba ni un ápice de elegancia. Su conversación sincera, clarividente y profunda tendió sólidos anclajes entre nosotros. Sé que acostumbraba a hacerlo, era parte de esa magia que le insuflaba a las palabras. De ahí nació una de las entrevistas que más aprecio en mi trayectoria como periodista cultural. Luego vinieron largas conversaciones digitales cuando la luz de su vejez le impedía moverse como habría querido, pero no dejaba de calar en nuestros sentimientos. Venció con creces a la oscuridad y a las tinieblas mucho antes de su muerte. Sus poemas dolientes (y sus actos) son, en el fondo, un canto a la vida. 
Sé que leyó mi segunda novela. Me regaló unas hermosísimas palabras en las redes al respecto. Fue uno de esos presentes que se recuerdan siempre: los que se hacen sin más, con el saber de una vida de letras a cuestas y el altruismo que otorga el no querer nada a cambio. La esencia de esta poeta fue y sigue siendo hollar el sentir de los hombres. Sus versos presidieron las primeras páginas de la tercera de mis ficciones:
                       
“Mas no temas, los bárbaros no vienen,
siempre estuvieron dentro: sois vosotros."

Y así, sin más ni menos trato personal que el citado, me siento verdaderamente desvalido por su desaparición. Una amiga se ha marchado; una poeta extraordinaria se queda.
De tu recuerdo, Elvira, hoy, mañana y siempre, nacerán flores. Y no será la impostada soflama hacia los difuntos. No. Nadie podrá jamás exiliarnos de tu fértil legado y evitar que sigamos sembrando.
Hasta que nos encontremos en algún pliegue casual de las dimensiones, te mando un fuerte abrazo y te aseguro que aquí, en nosotros, quedan bien guardados tus versos. Descansa en paz.

Gracias por  todo lo que nos has dado.

Te echaremos de menos.


Juan Laborda Barceló


Aquí os delo la entrevista y reseña (bastante lejanas ya) en torno a su Cuaderno del delirio, la obra con la que la conocí. Espero que la disfrutéis: http://www.culturamas.es/blog/2013/07/25/cuaderno-del-delirio-elvira-daudet/
            



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