Un tipo pone a un tal Adán, le arranca una costilla y con ella construye a una tal Eva. Estos dos la lían, no sé, un escándalo familiar, creo que hubo una manzana, también una serpiente. Al final la fruta es la que sale ganando porque se envenena. Desde los inicios todo se complicó, y el mismo tipo que quiso experimentar, resultó estar metido en la mayoría de los problemas de la humanidad. Pero olvida todo esto, sólo quería explicarte que a veces siento a la maldita serpiente deslizándose por mi brazo. Se acerca a mi oído y susurra que debo comer de ti. Es algo que lleva diciéndome desde el principio de los tiempos. El infierno no es tan cruel como lo pinta el de arriba, ni tú eres tan lejano como siempre he querido defender.
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Hoy lluvia, un poco de Bach, chocolate, Schopenhauer balbuceando desde la biblioteca. Pero es que la lluvia humedece el pasto, quizá el jardín por fin exista bajo esos charcos, y el concierto de las gotas, el grito del trueno advirtiendo que no será fácil. Y tú, tal vez estés bajo la sombra de una lámpara, escribiendo, o mirando algún bicho escapar del temporal. Porque hoy llueve en el planeta, es global, como el calentamiento, como la inflación, hoy llueve, y tú, no levantas la cabeza, no dejas que te reconozca. Tengo toallas de sobra, por si hay goteras en tu cueva, por si quieres algún refugio; estas manos, o mi vientre... puedo intentarlo si esta vez me miras, aunque mientas; como la lluvia, como el trueno, cuando dicen ser tormenta.
Hay un animal aullando cerca de mi casa. Lleva días así. He intentado identificarlo, pero no lo consigo. Sólo se le oye de noche. Miro por el hueco de la cortina. Me aterran esos sonidos incontenibles. Nunca aúlla en el mismo sitio, cambia de ubicación, pero siempre alrededor de la casa. Esta noche está especialmente irritado, he mirado al cielo, por aquello de la luna llena, pero el manto de nubes es un techo de cemento negro. Hoy su queja es dolorosa, mi miedo se ha trasformado en tristeza. Ya no intento buscarlo en el jardín, ni me asomo por los huecos de las cortinas, ya no deseo saber que clase de bestia es, y por qué viene a llorar cerca de mí.
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No sé llamarte sin temblar. Podría extender los brazos, romper el aire. No sé sentir con esta efervescencia en toda la piel, distrayendo a estos ojos que se hunden buscando el alivio. Y me duele todo; desde la niña hasta hoy... pero lo intento, juro que intento caminar hacia ti sin tropezar una y otra vez con todos nuestros miedos.
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Este rayo de sol acariciando mi cara,
intentando decir
que no todo está perdido.
Natacha G. Mendoza