El éxito de un libro es un accidente del que no se sale indemne, pero sería indecente quejarse.
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A veces, una película suscita en nosotros una resonancia visceral.
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En cuanto recurres a la elipsis, en cuanto estiras, comprimes, llenas los agujeros, entras en la ficción. Yo buscaba la verdad, sí, tienes razón. He confrontado las fuentes, los puntos de vista, los relatos. Pero toda escritura sobre uno mismo es una novela. El relato es una ilusión. No existe. No debería permitiré que ningún libro se apropiara de ese término.
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-Yo no te hablo del resultado, te hablo de la intención. De la impulsión. La escritura debe ser una búsqueda de la verdad, si no, no es nada. Si a través de la escritura no intentas conocerte, hurgar en lo que llevas dentro, lo que te constituye, abrir tus heridas, rascar, ahondar con las manos, si no pones en tela de juicio tu persona, tu origen, tu medio social, eso no tiene sentido. No hay más escritura que la escritura sobre uno mismo. El resto no cuenta. De ahí que haya tenido tanta resonancia tu libro. Has abandonado el territorio de lo novelesco, has abandonado el artificio, la mentira, las mistificaciones. Has vuelto a lo Verdadero, y tus lectores no se han engañado. Esperan de ti que perseveres, que vayas más lejos. Quieren lo que está oculto, disimulado. Quieren que acabes diciendo lo que has eludido siempre. Quieren saber cómo eres, de dónde vienes. Qué violencia ha engendrado a la escritora que eres. No se dejan engañar. Sólo has alzado una parte del velo y lo saben perfectamente. Si lo que vas a hacer es volver a escribir pequeñas historias de gente sin hogar o de ejecutivos deprimidos, más te vale quedarte en tu empresa de marketing.
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Todo autor que ha practicado la escritura sobre sí mismo (o escrito sobre su familia) ha tenido sin duda algún día la tentación de escribir sobre el después. Contar las heridas, la amargura, el cuestionamiento, las rupturas. Algunos lo han hecho. Probablemente debido a los efectos retardados. Porque el libro no es sino una especie de material de difusión lenta, radioactivo, que sigue emitiendo durante largo tiempo. Y siempre acabamos siendo considerados por lo que somos, bombas humanas, cuyo poder es aterrador, porque nadie sabe qué uso haremos de él.
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-[…] Sí, la escritura es un arma y mejor que así sea. Tu familia ha engendrado a la escritora que eres. Han creado el monstruo, si me perdonas, y el monstruo ha encontrado el modo de hacer oír su grito. ¿Cómo crees que se forman los escritores? ¡Mírate, mira a tu alrededor! Sois el producto de la vergüenza, del dolor, del secreto, del desmoronamiento. Venís de los territorios oscuros, innominados, o bien los habéis atravesado. Supervivientes, eso es lo que sois, cada uno a vuestro modo y todos vosotros. Eso no os da derecho a todo. Pero sí os da el de escribir, créeme, aunque ello levante revuelo.
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-Sí, la escritura es un arma, Delphine, una puta arma de destrucción masiva. La escritura es más poderosa de lo que puedas imaginar. La escritura es un arma de defensa, de fuego, de alarma, la escritura es una granada, un misil, un lanzallamas, un arma de guerra, en cierto modo. Puede arrasarlo todo, pero también puede reconstruirlo todo.
[Anagrama. Traducción de Javier Albiñana]