Tendría que haber leído esta autobiografía hace tiempo, pero los clásicos, las novedades y los compromisos se van cruzando de tal manera que uno acaba posponiendo ciertas lecturas durante años. Para quien no lo sepa, Bernard Sumner es una institución en la música: fue uno de los fundadores de Joy Division, donde tocaba la guitarra y los teclados; luego fue el solista de New Order; y también fue miembro de Electronic y de Bad Lieutenant, aparte de otras colaboraciones. Es, además de uno de los grandes músicos contemporáneos, un testigo privilegiado, que cuenta las anécdotas con cierto humor y las despoja de misticismo, como sucede en el caso de todo lo relativo a Ian Curtis, por cuyo suicidio casi pasa de puntillas, tal vez para desprenderlo de leyendas y de mitología.
De vez en cuando me gusta leer biografías y memorias de músicos, igual que de vez en cuando acudo a los ensayos sobre cine o las semblanzas de escritores: me cuentan vidas que necesito conocer, me revelan historias que ignoraba o en las que ellos profundizan porque fueron testigos de primera mano o amigos de quienes las vivieron. He aprendido con Bernard Sumner, y me he puesto al día de un estilo de música que me gusta, pero del que era más bien un profano. Ok, no es que Sumner tenga tanta calidad narrativa como Patti Smith, pero es mucho mejor que, por ejemplo, Neil Young en sus memorias.
Me entusiasmó especialmente el pasaje de la página 51 en el que Sumner cuenta cómo la banda sonora de Ennio Morricone para El bueno, el feo y el malo (tal vez mi soundtrack favorito de la historia, o tal vez el que más veces he escuchado) le marcó para siempre. Os copio ese fragmento:
Nunca antes había visto algo como El bueno, el feo y el malo y, lo que es más, nunca había oído nada parecido. Había sido orientado visualmente desde una edad temprana y me encantó la forma en que estaba contada la película: estaba rodada de una manera muy peculiar, con grandes primeros planos. Me encantó su ambigüedad en cuanto a quién era el malo de la película, ya que todos eran malos, no había ningún tipo bueno; hasta ese momento todo habían sido las sensibleras películas de vaqueros de John Wayne, sombreros negros y sombreros blancos, y entonces, de repente, llegó Sergio Leone haciendo esas películas subversivas que se saltaban todas las reglas. Eran más atrevidas que todo lo anterior; se podía ver el sudor y el polvo, casi se sentía el sol ardiente. El diálogo era bastante escaso, y había secuencias enteras de la película que constaban de largos silencios.
Los westerns de Leone eran también extrañamente divertidos, tenían un curioso humor negro, pero lo que realmente me deslumbró fue la banda sonora de Ennio Morricone. Ese sencillo tema silbado, el sonido gangoso de la guitarra, el aullido de coyote en las partes vocales, los efectos de eco, los grandes espacios entre las notas que hacían que la música se adaptara perfectamente al escenario áspero y desnudo de la película… todo era increíblemente evocador, y me encantó. Salí del cine y de inmediato fui a la caza del disco con la banda sonora. Por supuesto, entonces no existía Internet, por lo que me llevó un tiempo encontrarlo, pero cuando lo hice –en HMV, en Mánchester, creo recordar–, lo escuché una y otra vez. También compré la banda sonora de Por un puñado de dólares y de La muerte tenía un precio, un LP con una película en cada cara. No podía dejar de escuchar aquella música increíble; era como si dentro de mí se hubiera activado algún interruptor secreto que me hizo pasar de estar moderadamente interesado en la música a sentir una auténtica pasión por ella.
[Sexto Piso. Traducción de María Tabuyo y Agustín López Tobajas]