El universo se sostiene en un equilibrio precario. No es una certeza, ni el hallazgo feliz del converso que súbitamente se cae del caballo. No. Es una creencia nacida de años de observación de los oscuros rincones de la luz amarilla de la tarde, de las presiones físicas y emocionales que nos rodean, y de los cuantos de energía que obligan y empujan cada jornada.
Solemos acariciar el desastre, un instante tras otro, y aunque a veces sentimos que ha llegado, lo cierto es que las fuerzas gravitatorias (externas e internas) nos demuestran a cada segundo la paradoja: a pesar de nuestras miserias, de nuestro dolor enquistado y cainita, la tierra, las alas, y nuestras vidas con ellas, siguen girando.