Un poema leído al azar puede ser una de las mejores puertas para entrar a la poesía de algunas de esas personas que escriben y llamamos poetas. Eso fue lo que me sucedió al leer “Liturgia escarlata”, poema de la autora de este libro que tienes en tus manos, aparecido en el número 1 de la revista El vuelo del flamenco.
El silencio y la soledad a la espera de la palabra que propone José Ángel Valente es algo que siempre he sentido cuando hablo de poesía. Para mí (y vean que digo claramente “para mí”, para otros y otras será otra cosa) esa es la principal experiencia de la poesía, estar en silencio y a la escucha, lejos de las estridencias comerciales que a duras penas tratan de imponer a la poesía, último reducto del silencio, y que por desgracia van ganando adeptos cada vez más jóvenes. La poesía no sirve para nada: servir, servidumbre, esclavitud. La poesía no debe servir. Pero ya digo, es mi forma.
Y la poesía de Ainhoa M. Retenaga no sirve. Está muy lejos de ser complaciente. Es una poesía muy elaborada (tiempo, trabajo, honestidad) en la que cada palabra tiene su peso, hay que leer cada palabra. Una poesía que detiene el tiempo y que clama al silencio, hay que estar presente para leerla; difícil leerla entre dos paradas de metro, entre siete mil setecientos setenta y siete twits, entre las noticias importantes de veinte segundos, entre la colada y el táper del trabajo. Pararse es un acto de desobediencia. Para leer Verbo hay que pararse.
Un ejemplo sencillo de esta necesidad de detenerse. Prueben a leer en voz alta cualquier poema de este libro. Necesitarán pararse a vocalizar (hablamos siempre balbuceando), a recrearse en la sonoridad de cada palabra (nunca escuchamos), a hacer silencios (huimos del silencio al confundirlo con la muerte).
Otro aspecto importante en la poesía que vamos a leer aquí es el lenguaje. La poesía va de eso, del lenguaje. Asombra con qué pocas palabras se escribe la poesía de la estridencia, la que trata de ser vendible en el mar de la uniformidad del capitalismo (cuanta menos pluralidad, más barato sale producirlo, más beneficio). Nuestra poeta conoce el lenguaje que usa y nos deleita con una gran variedad de vocabulario. Palabras que no sabíamos que existían dan mucha más sonoridad y sentido a lo que leemos que las palabras vulgares que tanto usamos y que destruyen los matices y la riqueza y amplitud del lenguaje.
Por último, este libro es un intento de introspección. Conocerse, saberse, experimentarse, sentirse en la propia compañía, tratar de saber quién es una misma, qué lugar ocupa... Por momentos he sentido al leer estar en la piel de alguna mujer mística (¿Teresa de Jesús, Hildegarda von Bingen, Juana Inés de la Cruz...?) y al sentirme así, los versos han cobrado una nueva dimensión. No nos pensamos apenas.
Os dejo a solas con Ainhoa M. Retenaga pensándose a solas, esperando en silencio a que aparezca la palabra.
Francisco Cenamor,
prólogo de Verbo, de Ainhoa Martínez Retenaga
(Bajamar Editores, 2017).
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