DESDE EL FONDO
Querido lector, si tus pasos te han llevado hasta este epílogo habrás descubierto que como decía Dante "el camino al paraíso comienza en el infierno". Pero a diferencia de Dante, Vicente Muñoz Álvarez hace el camino inverso desde lo conocido, y a través de un viaje alucinatorio iniciado junto al predicador, nuestro hombre comienza a disolverse en la búsqueda de un nuevo ser.
Este descenso alucinatorio hacia el infierno personal se vuelve tangible si volvemos nuestros ojos hacia las ilustraciones de Andrés Casciani, el magistral empleo del blanco y negro con figuras que en todo momento se van diluyendo a nuestra vista, que se van transformando en otro cuerpo que en ningún momento llegamos a vislumbrar. En la palabra y en la imagen el mundo se deshace hacia formas muchas veces conocidas, predomina lo antropomórfico sobre cualquier otra referencia, pero siempre disolviéndose, transformándose, envuelto en un aura de oscuridad que otorga una personalidad propia al infierno personal que nos muestra Vicente, aunque este infierno se encuentre en la propia cabeza del personaje principal.
Poesía narrativa que como ya indiqué participa de los principios dantescos del infierno, del viaje iniciático, aunque aquí más alucinatorio que intelectual. No hay que olvidar que una de las ediciones más completas de La divina comedia es la que aparece ilustrada por los grabados de Gustav Doré. Como habrá podido comprobar el lector tras terminar el viaje inducido por Vicente y Andrés, la simbiosis ha sido perfecta y muchas veces cuesta pensar qué fue antes, si la ilustración o la palabra. Se convierten así en un perfecto nuevo cuerpo que como el texto o la imagen se va transformando ante los ojos atónitos del espectador.
Es fundamental cómo la carne es lo único que queda, el alma desaparece y es esa carnalidad la que define al hombre. Jorge Fernández Gonzalo, en su ensayo La muerte de Acteón, publicado por Eutelequia en el año 2011, se plantea en la primera página la siguiente pregunta: "¿es posible escribir el cuerpo, decirlo, hablar sobre él, o toda palabra está destinada a componerlo mediante una violencia y una elaboración, a fundarlo al mismo tiempo que se corrompe?". Si has llegado hasta aquí sabrás que la respuesta que nos ofrece Del fondo nada tiene que ver con planteamientos filosóficos, para Vicente la respuesta está en Yillmora, el lugar de los antepasados, y por paradójico que parezca el cuerpo se renombra a través del recuerdo. ¿Paraíso perdido o Tierra prometida? A estas alturas, querido lector, ya sabrás la respuesta: el infierno se ha convertido en teleología pura, el descenso simplemente es eso, oscuridad, profundidad, desgarramiento, no hay salvación; la huida, la metamorfosis, el renacimiento en una nueva raza. No hay salvación, solo supervivencia. Una nueva raza adaptada a unas nuevas condiciones de vida.
Un hábitat cambiante, deformado. No es solo el cuerpo el que cambia, los túneles sufren una metamorfosis continua, enloquece el entorno, enloquecen los cuerpos. Mundo en continua mutación, sólo el perseguidor es invariable, la tenia que devora los cuerpos se mantiene, el mal no cambia, los hombres sufren el estrés en su propia carne, en su propia concepción del mundo.
La nueva raza pierde toda su humanidad, pero curiosamente hacia una animalidad simbionte con el ambiente, el túnel es la conciencia de este nuevo renacer. Pero renacer significaría salir de nuevo a la luz, el único habitante de la luz ha fallecido, el predicador que nos ofreció la salvación nos ha condenado a un estado de perpetua oscuridad. El laberinto es su propio fin, la luz una entelequia que existe en la mente, el sufrimiento, el horror, serán la realidad absoluta. Aunque la esperanza nunca se ha perdido. Y es aquí donde aparece uno de los recursos más recurrentes en la obra de Vicente Muñoz Álvarez: la antítesis, que en esta obra se convierte en motor, como tantas otras veces, de su creación. Nuestro viajero no es más que la reproducción de una dicotomía a nivel estructural: la realidad oscura, dura, recién parida del pensamiento de Lovecraft o del mismo Aleister Crowley aparece opuesta a la promesa futura del predicador, el regreso a Yillmora donde lo mítico se mezcla con el disfrute de la carnalidad. Y es este el punto crucial de Del fondo: una crítica a todo intelectualismo que trate de oponerse al sensualismo. La negación del cuerpo lleva a las peores letrinas del alma, a los abismos más insoldables, rechazar la carnalidad, la renuncia al carpe diem, solo puede llevarnos a engendrar un nuevo cuerpo sufriente, doliente, al más puro estilo de los santos martirizados. Yillmora es nada más que una idea en la mente de los habitantes del túnel, y mientras tanto el laberinto, su hábitat, fagocita de tal manera sus cuerpos y sus mentes que acaban olvidándose de lo que eran: pura vida.
Y es aquí donde se despliega Del fondo como una alegoría al más puro estilo del realismo especulativo. Vivimos presos de las promesas de un predicador que nos engaña y manipula para que estemos donde quiere que habitemos, el inframundo, donde convertidos en una nueva raza, al más puro estilo lovecraftiano, intentamos sobrevivir mientras no somos más que las piezas de un puzzle controlado por el coleccionista. Estamos ante la gran metáfora del mundo moderno, vivimos controlados por los medios de masas, el mainstream ha conseguido cercenar la realidad de nuestro cuerpo, nuestro sensualismo, en pos de meras quimeras dibujadas en nuestra mente por la publicidad, por una realidad filtrada por internet y la televisión. Nos hemos convertido en meros prisioneros de las expectativas que nos inyectan día a día en nuestras mentes. Estamos siendo bombardeados continuamente por imágenes de felicidad que nos impelen a vivir fuera de nosotros mismos, en pos de una quimera inexistente. Renegamos de nosotros mismos, de nuestro cuerpo, y acabamos siendo atrapados por enfermedades que cada vez tienen más su origen en la somatización de nuestro entorno: el túnel se convierte en nosotros mismos, o ¿éramos nosotros los que nos convertíamos en el laberinto inmundo?; los límites se difuminan al igual que se difumina el cuerpo y se convierte en otra cosa, en una abominación que trata de expulsarse de sí mismo hacia fuera, hacia la promesa de otro mundo, de otro cuerpo que ya no es vida, simplemente huida y resurrección, en este caso en corrupción del propio ser, como de forma tan precisa ha sabido captar Andrés Casciani.
Querido lector, quizá llegados a este punto debamos alejarnos de nuevo, el túnel me llama, no puedo evitar que me controle, la verdad no nos es permitida a los habitantes del inframundo.
Pablo Malmierca
DEL FONDO
Vicente Muñoz Álvarez & Andrés Casciani
Producciones Vinalia Trippers, 2018
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