Don Joaquín era el padre de uno de los dos colegas con los que había llegado aquella tarde. Era el dueño del negocio. El tugurio era un antiguo pajar restaurado cerca de un pueblo de La Vera y reconvertido en puticlub. Para llegar había que sabérselo: un desvío perdido en la carretera, kilómetro 46, un camino de tierra, un huerto con un burro, y justo enfrente, estaba “El Paraíso”.
«¡Pase!, aparque aquí, se va usted a entretener», le dijo don Joaquín.
La frase iba dirigida al alcalde del pueblo de al lado, quien llegaba recién salido de misa de ocho. Y salido, lo que es salido…sí que venía. Bajó del coche y saludó frío a los que allí estábamos bajo la ya difusa sombra de la parra de la entrada, dando buena cuenta de un par de ollas de cangrejos de río en salsa de ajo y pimentón de la tierra, sentados en un tronco de encina. Cruzó la puerta del antro buscando a su chica preferida. Después de unos cuantos cangrejos salió como nuevo, fue rápido, había llegado con ganas, tenía que empatarle a Dios. Venía de la iglesia, perdía con Él por uno a cero, y vaya si lo hizo, le metió un gol por toda la escuadra. Uno a uno.
«Pura poesía», dijo.
Silencio
«Pura poesía», repitió el alcalde acercándose a la olla para pillar un estupendo ejemplar de marisco del Tiétar. Había que reponer fuerzas, quedaba la segunda parte, tenía que volver para meter otro gol, el muy cabronazo iba a ganar.
Y Allí estaba yo, dieciocho años recién cumplidos. Mi experiencia sexual era nula, ni con putas ni con nada que no tuviera cinco dedos. Aquella frase me dejó seco. Otra birra gratis. El burro del prao de enfrente, que había oído lo mismo que todos, se le quedó mirando con esa cara de tonto que tienen los burros cuando miran con cara de tonto. Platero, se llamaba el équido pollino. ¡Quién lo diría! Esa fue mi primera experiencia con la literatura. Hoy leo a Chuba, vamos mejorando.
Versos de garrafón es la tercera obra de Óscar Alonso Pardo, un colega. Le conocí en aquella época, cuando los yonquis lucían las calles. Coincidíamos en los bares. Rock and roll y futbol. Su tribu y la mía tenían rutas similares en cuarenta kilómetros a la redonda. No había otra opción. Pelo largo.
Escribir quita el dolor de espalda. Viejo roquero nunca muere. Dicen algunos puristas que lo suyo no es poesía, estoy de acuerdo, esto no rima. No hay versos horteras, no es rap ni hip hop, esto son maneras de vivir. No sé si estoy en lo cierto… Chuba Duruba.
Le imagino en casa, arando el papel con el boli, sacando lo que haya en sus cloacas con un cigarro en la boca y un botellín, buscando otro verso, otra frase, otra contradicción, otra vez. En ocasiones, leyendo este libro, cuando termino uno de sus poemas, me descojono con su genialidad; en otras, se escapa esa única carcajada seca que te deja descansando un rato. Otras veces, solamente, pienso y busco el siguiente con calma compulsiva. A veces se me queda la misma cara de gilipollas que a Platero, el del puticlub, quien, por otra parte, no tenía nada en lo que parecerse al prota del libro del gran autor con nombre de colegio. Pero nada de nada.
Hoy, la melena de los noventa, se ha convertido en la casi calvorota de los cincuenta. Y le echa pelotas, y le da a los poemas, y practica este valiente hecho de sacar de las tripas lo que le parece bien, haciendo un ejercicio de exhibicionismo, abriendo una y otra vez el abrigo largo que le regaló su padre, EL SASTRE. Nos lo enseña todo, transgresión en estado catatónico. Caña. Atraen las contradicciones de su lógica, como cuando la ficción supera a la realidad. El revés al mundo. El hoyo al muerto.
Versos de garrafón: pasen y lean, se van a entretener. Pura poesía, don Joaquín.
Helio Casarrubios Sánchez
Óscar Alonso Pardo, Versos de Garrafón (2018).
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