Leí hace muchos años este libro, en una de esas ediciones de bolsillo muy difíciles de manejar, que además convierten la lectura en un engorro. He aprovechado esta lujosa edición de Mondadori para comprarlo otra vez y releerlo en mejores condiciones: el texto, además, ha sido revisado por el propio traductor y pulido por aquí y por allá. Es una de las cosas más sórdidas que ha escrito James Ellroy: es un libro de no ficción sobre la violación y el asesinato de su madre cuando él tenía 10 años. Ellroy reconstruye las primeras investigaciones, que no dieron fruto aunque aparecieron pistas, sospechosos, enigmas… Y también reconstruye las posteriores pesquisas que hizo él mismo junto a un policía, cuando ya tenía cuarenta y pocos años. Y no se ahorra datos sobre otros casos que ocurrieron por los mismos lugares: mujeres violadas, secuestradas, torturadas, asesinadas… El resultado es terrible y configura un panorama aterrador sobre Estados Unidos y sus cientos o miles de perturbados. Aquí van un par de extractos:
Previamente había aprendido un par de cosas sobre los asesinatos. Había aprendido que los hombres necesitaban menos motivos para matar que las mujeres. Los hombres mataban porque estaban borrachos, colocados y furiosos. Mataban por dinero. Mataban porque otros hombres les hacían sentirse como mariquitas.
Los hombres mataban para impresionar a otros hombres. Mataban para poder hablar de ello. Mataban porque eran débiles y perezosos. El asesinato saciaba su lascivia del momento y reducía sus opciones a unas pocas que podían comprender.
Los hombres mataban a las mujeres por capitulación. La muy puta no se la mamaba o no le daba su dinero. La muy puta quemaba el bistec. La muy puta se ponía furiosa cuando cambiaban sus cupones de comida por droga. A la muy puta no le gustaba que sobara a su hija de doce años.
Los hombres no mataban a las mujeres porque se sintieran sistemáticamente maltratados por el género femenino. Las mujeres mataban a los hombres porque estos las jodían de manera rigurosa y persistente.
Él consideró esta regla como vinculante. Se negaba a considerarla verdadera. No quería ver a las mujeres como una raza de víctimas.
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El dolor de aquellas mujeres lo abarcaba todo. Querían que se hiciera público. Estaban escribiendo la historia oral de los niños maltratados de nuestro tiempo. Querían que en ella se incluyera mi relato. Eran reclutadoras evangélicas.
[Random House. Traducción de Hernán Sabaté]