Con Olivier perdí la virginidad, quizás un poco más temprano de lo debido. No era que yo quisiese de verdad tener sexo. Simplemente su deseo de hacerlo era más fuerte que mi deseo de no hacerlo. Darme cuenta de eso tuvo más importancia que el acto en sí. Yo estaba enamorada de mi novio. Pero, cómo decirlo, no estaba enamorada de sus ganas de mí. Mis experiencias con él fueron todas bastante parecidas. Una especie de protocolo rápido con el que yo trataba de apasionarme sin saber muy bien cómo. Primero era su deseo imponiéndose. Después una sensación de pereza, un poco como cuando acabas de despertarte, que se iba transformando en un vago interés. Ese interés iba suscitando un anhelo por sentir algo especial. Después venía un conato de placer. Un comienzo de algo quizás intenso, enseguida interrumpido por el éxtasis de él. Ese éxtasis temprano y para mí inexplicable. Después venía cierto sentimiento de fastidio. Con el aparente deber, para colmo, de demostrar satisfacción y ternura. Y al final, menos ganas de una próxima vez. Ni siquiera podía imaginar que la culpa de eso la teníamos los dos.
[de la nueva novela Fractura (Alfaguara). Más información, aquí.]