La literatura norteamericana ha dado grandes autores, entre los que destaca Carson McCullers. A pesar de mi gran admiración por Raymond Carver, uno de mis favoritos, considero que el mejor autor estadounidense es William Faulkner porque se ve su huella en otros grandes escritores entre los que cabe destacar la Premio Nobel Tony Morrison o la propia McCullers. McCullers fue una mujer enferma por lo que escribió de manera irregular, que retrata un mundo en putrefacción, pero no a la manera violenta de Faulkner, sino más bien desde la tristeza vista con desapego y, a la vez con resignación. Sus tramas no son tan importantes como las atmósferas que crea de manera magistral en las que se observa el profundo respeto que siente hacia sus personajes.
El tedio, la sensualidad, el tiempo que se detiene antes del inevitable estallido, consiguen que no dejes de leer, que presente un universo propio, contenido. La balada del café triste es, probablemente, su mejor obra que muestra un triángulo amoroso entre Amelia Evans, el primo Lymon y Marvin Macy, el ex marido de Amelia. La destrucción ya está presente pero lo que empezó triste, continuará melancólico y finalizará lúgubre. Así es la destrucción de tintes bíblicos en un pequeño bar del sur en la América profunda que se aleja de los rascacielos de Nueva York y donde el calor es un presagio de muerte:
Era agosto, y el firmamento había estado ardiendo todo el día sobre el pueblo como una sábana de fuego
Para los que penséis que esta breve novela parece insoportable os equivocáis, porque es una obra cumbre, lo que quiere decir que es posible que hayáis leído autores que admiran a McCullers y no lo sepáis. Suele estar unida a la también estupenda Reflejos en un ojo dorado. Y no, no lloras, sólo impresiona y sobrecoge.
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