Siempre hay una ola en la vida que envuelve golosinas, quieta,
que te arrulla en su sal y que es tu caracola lenta,
que centrifuga sueños e inunda los fragmentos, plena,
que es espiral de hipnosis y camino para idiotas, amena,
que es mi cielo latente que se abre a soles, cadena,
que es lavandera de almas, maestra,
extrae los pecados con cofia, siniestra,
que te detiene eterna, diestra,
te enrolla en su savia, palestra,
o te sabia y te enrolla en su rola, incierta.
Invadidas de cuitas, las olas me pillan,
olas que amarillean los arrabales de París, me ensillan,
embrollan los semblantes, los judicializan,
y, por si fuera poco, me reintegran a la orilla,
que me han de perseguir, me hostigan–
vivo en la pesadilla, me aferro a la vida–
siempre para vosotros y vendida.
J. M. Prado-Antúnez, La vida en sus rodajes