جبران خليل جبران بن ميخائل بن سعد, este es su nombre en árabe. Gibran era pintor, poeta, novelista y ensayista libanés que murió en 1931, emigró a Estados Unidos, en concreto a Boston, aunque regresó a su patria donde murió.
Conozco la obra de Gibran desde pequeña porque en el colegio de monjas al que iba siempre leíamos sus poemas en la clase de religión. Había algo especial en aquellos versos que transcedían la moral y se centraban en aspectos místicos pero también éticos del ser humano, marcado por las enseñanzas de Buda, Jesucristo, las religiones orientales y el sufismo. El jardín del profeta o El profeta es un libro en el que un profeta dialoga con las personas de su pueblo y que se considera un poema en prosa. A través de temas como el amor, la alegría, los hijos, la pasión, el dolor, la amistad y la muerte invita a hacernos reflexionar sobre la decencia, diría yo, decencia moral, sobre los valores humanos que nos son tan necesarios siempre, aunque quizá ahora más que nunca, ya que la tecnología ha tomado tal relevancia que el ser humano parece relegado a un lugar absurdo. Lo espiritual es, por tanto, algo que no debemos olvidar, así como la bondad y la generosidad que, como dice el Dalai Lama, ya son una religión en sí mismas. Las acciones humanas deberían estar marcadas por ese nivel espiritual que hemos perdido y que nos conecta con los demás seres y con la naturaleza.
Como curiosidad, decir que Elvis Presley, John Lennon o David Bowie quedaron impresionados con sus escritos y que sus enseñanzas aparecen en algunas de sus canciones. La sencillez de sus palabras no debe confundirnos. La verdadera profundidad no reside en la dificultad argumental o léxica sino en que sus versos traspasan el miedo, el egoísmo y la ignorancia que tanto limitan al hombre o en lo que lo estamos convirtiendo.
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