Es un flexo negro, una mesa blanca llena de libros y el cuaderno marrón abierto por la mitad en un equilibrio angustioso: en una página mis poemas y en la otra, una cosmogonía pintada por una niña de dos años. Una postal con el rostro de Virginia Woolf y un matasellos del Bloomsbury. Todo esto es mi hogar, el sitio en el que las palabras se hacen la vida imposible unas a otras y donde me siento cada noche a vaciarme despacio la respiración, a quitar de mi piel el óxido cotidiano. Es un lugar peligroso en el que me siento a salvo y lo único que espero es ser honesto conmigo mismo.
Roberto Ruiz Antúnez