Aprender el amor


                    



El amor es una cosa difícil, y es más difícil que otras cosas, porque en otros conflictos la propia naturaleza exhorta al hombre a concentrarse, a reunir todas sus fuerzas con firmeza, con energía, mientras que en la intensificación del amor el estímulo consiste en darse del todo. ¿Pero […] puede ser el darse, no como algo completo y ordenado, sino al azar, pedazo a pedazo, como lo disponga la casualidad? Ese entregar, que se asemeja tanto a un arrojar y a un desgarrar, ¿puede ser algo bueno, puede ser dicha, alegría, progreso? No, no puede serlo… Cuando regalas flores a alguien, antes las arreglas ¿no es cierto? Pero los jóvenes que se quieren se arrojan el uno al otro con la impaciencia y la premura de la pasión, y no se dan cuanta de la falta de mutua estima que hay en esa entrega desordenada; sólo lo advierten después, con asombro y enojo, por la desavenencia que surge entre ellos a causa de todo ese desconcierto. Y cuando se ha instalado entre ellos la desunión, entonces crece la confusión con cada día que pasa; ninguno de los dos tiene ya en su entorno nada entero, puro e íntegro, y en medio del desconsuelo de una ruptura tratan de retener la ilusión de su dicha (porque todo eso ha sido, según ellos, para alcanzar la felicidad). Ay, apenas son capaces de recordar lo que querían decir con aquello de la felicidad. En su inseguridad, el uno es cada vez más injusto que el otro; quienes querían hacerse bien mutuamente, se tratan de manera dominante e intransigente y en su empeño de salir por algún modo de ese insostenible e insoportable estado de confusión, cometen el mayor error que se puede dar en las relaciones humanas: pierden la paciencia. Se apresuran a llegar a un final, a una decisión que ellos creen definitiva, tratan de aclarar de una vez para siempre su relación, cuyos sorprendentes cambios los han asustado, para que a partir de ese momento se siga siendo "eternamente" (como ellos dicen) la misma. Ése es sólo el último error de la larga cadena de evocaciones que se condicionan unas a otras. Ni siquiera lo muerto puede mantenerse definitivamente (porque se descompone y cambia en su propia substancia): cuánto menos puede ser tratado de forma concluyente, de una vez para siempre, lo vivo, lo animado. Vivir es, precisamente, transformarse, y las relaciones humanas, que son un compendio de la vida, son lo más cambiante de todo, suben y bajan de un minuto a otro, y los amantes son aquellos en cuya relación y en cuyo contacto ningún instante es igual que el otro. Personas entre las que nunca ocurre nada habitual, nada que ya se haya dado, sino siempre cosas nuevas, inesperadas, insólitas. Existen tales relaciones, que deben de ser una dicha inmensidad, casi insoportable, pero sólo pueden surgir entre personas muy ricas y entre aquellas que son, cada una por sí, ricas, ordenadas y recogidas; sólo dos mundos vastos, profundos, autónomos, pueden contraer tales vínculos. Los jóvenes -eso va de por sí- no pueden alcanzar tal relación, pero, si afrontan la vida de manera adecuada, pueden ir creciendo lentamente en dirección a esa dicha y prepararse para ella. Cuando aman no han de olvidar que son principiantes, ignorantes de la vida, aprendices del amor: han de aprender el amor, y para eso hace falta (como en todo aprendizaje) sosiego, paciencia y recogimiento. 

Tomar en serio el amor y sufrir y aprenderlo como cualquier trabajo, eso es […] lo que necesitan los jóvenes. La gente ha entendido mal, como tantas otras cosas, la posición del amor en la vida, lo han convertido en juego y diversión, porque pensaban que el juego y la diversión comportan más felicidad que el trabajo, pero no hay nada más venturoso que el trabajo, y el amor, precisamente por ser la ventura suprema, no puede ser otra cosa que trabajo. Por tanto, quien ama ha de intentar comportarse como si tuviera un gran trabajo; ha de estar mucho a solas y centrarse en sí mismo y reunir con determinación todas sus fuerzas y mantenerse firme; ha de trabajar; ¡ha de llegar a ser algo!

Porque […] cuanto más se es, tanto más rico es lo que se vive. Y quien quiere tener en la vida un amor profundo, ha de ahorrar y recolectar y almacenar miel. 



 De: A Friedrich Westhoff, 29 de abril de 1904

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