Dudo mucho que sea elevado el número de mujeres que, de una u otra manera, no hayan sufrido algún episodio de violencia sexual en grados diversos. Por eso, y porque la única manera de que la victimización sea un proceso menos lento es necesario que haya un sentimiento de comunidad, para que la víctima no se sienta sola ni avergonzada. Detesto los comentarios vertidos en los medios sobre mujeres que vivieron estas experiencias en el pasado y ahora las cuentan, no son oportunistas, a una víctima individual se la persigue si hay más se las cree. Ahora es el momento de visibilizar lo invisible y de dar voz contra el abuso, el machismo y el patriarcado. Por eso hoy os dejo uno de mis relatos, “Multnomah Falls, Oregon”, que trata el tema del acoso sexual y quiero dedicárselo a todas las víctimas. Gracias por estar ahí. Espero vuestros comentarios.
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MULTNOMAH FALLS, OREGON
Dicen que las mujeres disfrutan del misterio en los hombres, de la imagen que han creado en su inconsciente fantasía —más que de los hombres mismos— generación tras generación. Pero cuando alguien te dice: da igual la ropa que lleves, te veo desnuda, poco importa lo que pudieras creer. A mí me dijeron esas palabras, eran tan reales que mientras bajaba las escaleras poco a poco, como si el tiempo se hubiera detenido, pensaba en cada escalón si esas palabras se volverían indeterminadas, quizá neutras. Pensaba si estaba equivocada o había oído mal y lo deseaba desde dentro de mis pechos, malditos pechos, y por encima de mis camisas y de los pantalones que apenas dejaban distinguir mi figura adolescente. No tenía miedo. Lo juro por Dios. Cuando iba a dormir, dormía, porque no tenía miedo, hasta a mí me resultaba difícil de creer y eso fue lo peor de todo. Esto es un juego, sólo tengo que ser más lista y todo pasará, me decía.
Si hubiera querido violarme ya lo habría hecho, él, mi profesor particular del que estaban enamoradas todas las madres de Multnomah Falls, Oregon. Al menos la mía y la de Charlotte. Había intentado dejar de ir a sus clases en aquella casa, pero esa sonrisa y su cuerpo de cuarentón a lo Alec Baldwin cuando Alec Baldwin no parecía… bueno, nadie me habría creído. Qué guapa estás hoy, tienes que retirarte el pelo de la cara y cuéntame si te gusta algún chico, en mí puedes confiar y, luego, la mano en el muslo, ¿te masturbas, verdad? Es algo muy sano. Pero, Lizzy, ¿qué te pasa? Tienes que darme un beso al venir y al marcharte… no seas maleducada o hablaré con tu madre. Así que, ya ves, tengo que ser más lista y no dejarme llevar por el miedo. Esto es un juego, si hago como si nada se cansará, si voy fea se cansará, si no me ruborizo cuando no deja de hablar de sexo se cansará. Pero hubo un día en que me hizo sentir especial, casi como una mosca entre los pelillos de una planta carnívora. Entonces vi sus ojos azules convertirme en una esclava, advertí el animal que había en su interior y, en un instante, comprendí lo que es desafiar la verdad. Salí de la habitación despacio, él sonreía seguro de su victoria. Olvidé el beso en la boca y mi desgana dio paso a mi supuesta homosexualidad. No iba ser de otra manera. En este juego de poder una niñata no podía vencer a no ser que hubiera algo imprevisto, algo con lo que no contara su seductora sonrisa, que ya había ganado a Charlotte, quien le miraba de lejos con ojos cansados. Charlotte era un poco mayor que yo y llevaba un año yendo a sus clases. Sus notas eran excelentes, sus padres estaban orgullosos e invitaban a Dan a cenar, a Dan al partido y allí estaba Charlotte con sus pantalones cortos, bien ajustada, y yo con el pelo casi sucio, con la cara tapada a ratos por las gafas, la mano en la boca, porque mis labios son carnosos, y la ropa dos tallas más grande por las malditas tetas. Hija, no sé por qué no te fijas en lo mona que va Charlotte…
—Ya lo sé, mamá.
A medida que se acercaba la hora de la clase el cielo se ennegrecía. Cada día era una guarra que no se lavaba, una bollera asquerosa, una estúpida rebelde. Y todo el cielo era negro cuando se acercaba la hora de la clase. Aquel día pensé que la lluvia se alejaba, aunque era yo quien se movía. Mi vida parecía retorcerse como los sapos después de la tormenta. Cuando parece romántico no lo es y cuando lo es, es mentira. En eso pensaba Dan, Dan, Dan, cuando me contabas que cuando estás con Charlotte piensas en mí y cómo te olerán las manos a mandarina y a sexo cuando estemos juntos. Así que un buen día hablé con Charlotte y le dije: Charlotte, querida, o me das clase tú o le chivo a todo el mundo lo mucho que se preocupa Dan por las adolescentes.
Ya nadie piensa que soy lesbiana. Soy la más guapa del instituto de Multnomah Falls. Soy la más lista, eso lo sé yo. Mi madre está contenta, mis notas son buenas. Sólo tengo miedo por las noches, por si voy a ser así de fría de mayor, cuando alguien me bese la nuca y me excite y entonces me brillen los ojos de esa manera.
©Berta Delgado Melgosa, Ostranenie.