Pero están tan bellas, tan bien arregladas que la senda interna
solo es un tránsito,
el velo que cubre el deseo y la delicia
hasta la última y negra
fuente de la vida.
La vía es oscura y el tesoro tan,
tan anhelado...
Hace más de mil años que amanece,
siempre girando la flor del reloj,
sus horas enloquecidas
de gusto en el dulce juego del fuego,
del fuego de la belleza que
es arquitectura que no arde,
pero muerde el olvido
y lo que ha de venir.
El lecho nunca es eterno,
aún siendo viejo.
Lanzo la flecha, la más alegre
y triste a un tiempo.
En cada boca abierta,
un caballo indeciso.
En cada soledad, una carencia
que jugará en la playa
con algún que otro grito de esperanza.
Ramón Guerrero