ANA GRANDAL: Microrrelatos.




Naufragio

Después de Leonardo, Alicia no levanta cabeza. Sale por la noche de caza y la mitad de las veces acaba en un callejón oscuro, borracha y abrazada con desesperación a cualquiera que le haya entrado en un bar. Al día siguiente su mente borra concienzudamente las facciones desconocidas, mutándolas por el añorado rostro de Leonardo y, por unos momentos, él vuelve a estar entre sus brazos.

Una mañana, Alicia se descubre incapaz de trazar con precisión la línea de sus mullidos labios. Al cabo de unas semanas no recuerda el color exacto de la mirada de Leonardo y, pasado un tiempo, el óvalo de la cara se desdibuja sin remedio. Así, poco a poco, van aflojándose las sogas que la anclan al fondo del pantano.


La primera vez 

Esteban, abrumado por su actuación, se corrió apenas entró en el cuerpo de Alicia. Alicia, angustiada por agradar, lo único que ha podido sentir es su propia ansiedad. 

—¿Te ha gustado? 
—Sí. ¿Y a ti? 
—También.


Cara o cruz 

Las risas al unísono, las canciones a coro, el sexo cómplice, las confidencias susurradas, los guiños confabulados, las cañas con tapeo, las eternas conversaciones, los desayunos en la cama, las películas disfrutadas, los viajes proyectados. 

Los silencios oscuros, las miradas rehuidas, las palabras como dardos, los besos negados, la voz alzada, las tardes vacías, el café derramado, la bienvenida hosca, las espaldas enfrentadas, la mueca ingrata, las manos frías, la saliva agria. 

Todos los días tiran la moneda.


Vómito 

A Alicia le aterroriza vomitar. Y eso que sabe, lo sabe con absoluta certeza, que ese horroroso tormento en su estómago que la hace boquear de dolor y retorcerse en agonía desaparecerá con tal sencillo remedio. Pero cuando empiezan las arcadas, arañando la garganta y sofocando el aire, nublando la vista y apuñalando sus vísceras, se siente morir. En esos instantes, el mundo desaparece tragado por el miedo a ser destruida en la avalancha agria que parece querer clausurar para siempre todos los conductos que la conectan con la vida. Por eso intenta negar a su cuerpo el fácil consuelo, con la esperanza inútil de que el malestar pasará solo, de que no hará falta atravesar el trámite angustiante de esa momentánea aniquilación que lo anula todo. 

Alicia ha tenido que reunir todas las fuerzas del universo para pronunciar esta frase: 

—Nos tenemos que separar. 


Sexo 

Esteban se demora en caricias sobre la piel suave de Alicia. Acerca la boca a un pezón, que lame con delicadeza primero y luego succiona con deseo creciente. Ensaliva su camino hacia el vientre, se interrumpe en el secreto del ombligo y luego culebrea hasta el punto de máximo placer. Ella ya ha abierto las piernas para acogerle, y Esteban siente el miembro tan hinchado que necesita de sus paredes blandas y húmedas para aplacarlo. Cabalga sobre el cuerpo ofrecido de Alicia con una urgencia que le acelera, y su pelvis empuja cada vez más rápido, cada vez más rápido… 

…cada vez más rápido, la mano, cada vez más rápido, y su semen se desparrama en espasmos por el pecho. El sexo está en la cabeza, dicen. Para Esteban es el último reducto que le queda para ahogar su nostalgia de Alicia. 


Ana Grandal, del volumen de microrrelatos Hola, te quiero, ya no, adiós (próximamente en la Tierra, en Amargord Ediciones).

https://anagrandal.com/

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