Inventárselo todo. Imaginar y mentir, mentir e imaginar. Creértelo. Sacudirse bajo la necesidad de agarrarse a algo por más aire que sea. Como los sueños, que al final terminan no siendo salvo en la cama. Como nosotros, supongo. La música quieta y la carretera muerta que al amanecer me lleva a tu casa. El olor a todo. A mojado, a ti, a la manta del coche, a tu respiración y a la lluvia, claro. Después no queda nada. Que nada es peor que cualquier cosa mala. Es peor que el dolor-dolor, peor que la pena o peor que tú y que yo.