No quisiera extenderme demasiado en mi comentario porque, a continuación, irán pegadas numerosas citas de este diario inmenso (en todos los sentidos). Llevaba años queriendo comprarlo y no lo hacía por su precio… Hasta que una mañana de suerte lo encontré en una de esas tiendas del Rastro donde no entienden mucho de libros… y me lo vendieron de primera mano por una cantidad casi ridícula.
La historia de Witold Gombrowicz no tiene parangón en la literatura contemporánea. Empezó a ser polémico en sus primeras publicaciones. El inicio de la Segunda Guerra Mundial le pilló mientras viajaba por Argentina y ya no pudo regresar a Polonia, invadida por los nazis. Se quedó sin nada: sin familia, sin amigos, sin dinero, sin propiedades, sin trabajo, sin un hogar al que volver. En Buenos Aires, sumido en la pobreza durante años, tuvo que partir de cero y compaginar la literatura con otros oficios. Una revista mensual le ofreció escribir una especie de diario, que es éste, pero que no es un diario en el sentido convencional, sino que incluye ensayos, vistazos al pasado, análisis de la literatura polaca de su tiempo, feroces diatribas contra todo y contra todos… A lo largo de 858 páginas de un volumen de grandes dimensiones acompañamos a Gombrowicz en sus caídas y en sus desgracias, pero también comprobamos cómo un gran escritor es capaz de levantarse del fango e ir hacia arriba poco a poco, de tal manera que antes de morir obtuvo el reconocimiento y pudo volver a viajar por Europa.
Se trata de un hombre atrapado, dolido por el menosprecio que le llega desde su lugar de origen, alguien muy dado a protestar, más o menos como Thomas Bernhard (otro grande) en sus novelas. Esta edición, además, incorpora su célebre opúsculo Contra los poetas, que yo ya había leído porque está publicado de manera aislada (y creo que con otra traducción). En este diario encontraréis muchas citas famosas, algunas conocidas porque a su vez las menciona Enrique Vila-Matas, empezando por ese inicio del diario que dice:
Lunes
Yo.
Martes
Yo.
Miércoles
Yo.
Jueves
Yo.
Inicio que supone toda una declaración de intenciones: las siguientes páginas van a tratar de él y de cuanto le afecte y le interese a él. La prosa de Gombrowicz, muy bien traducida o eso me parece a mí, está repleta de garra y de musicalidad. Aquí van unos cuantos ejemplos:
El rasgo característico de la literatura es la dureza. Incluso la literatura que sonríe bondadosamente al lector es resultado de un duro desarrollo de su creador. Y la literatura debe tender a agudizar la vida espiritual y no a tolerar semejantes muestras de escritura marginal.
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Transparencia. Hay que poner las cartas boca arriba. Escribir no es otra cosa que una lucha llevada por el artista contra los demás por su propia celebridad.
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Me he puesto a escribir este diario sencillamente para salvarme, por miedo a la degradación y a un total hundimiento entre las olas de la vida trivial que ya me está llegando al cuello. Pero resulta que tampoco en esto soy ya capaz de esforzarme plenamente. No se puede ser una nulidad durante toda la semana para ponerse a existir el domingo.
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Pervive en mí la convicción de que el escritor que no sabe escribir de sí mismo es incompleto.
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Nuestro verdadero problema es precisamente el envejecimiento, ese aspecto de la muerte que experimentamos cada día, y más que el mismo envejecimiento, aquella particularidad suya que consiste en que esté tan terriblemente, tan totalmente alejado de la belleza. Lo que nos atormenta no es nuestra lenta agonía, sino más bien el hecho de que el encanto de la vida se nos torna inasible.
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Con las palabras hay que intentar alcanzar a la gente y no a las teorías, a la gente y no al arte. Mi lenguaje en este diario es demasiado correcto, en mis obras artísticas soy más desenvuelto.
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¿Es justo que un autor esté indefenso ante el crítico? ¿Por qué razón debo aceptar sin protestas que me juzgue públicamente el señor X., que a lo mejor posee menos conocimiento de la vida que yo y que casi seguro tiene bastante menos idea acerca de lo que son problemas míos y no suyos? ¿Por qué la opinión del señor X., que al fin y al cabo es una opinión personal más, ha de adquirir el valor de una sentencia por el solo hecho de que él escribe en un periódico? ¿Por qué debo soportar esta arrogancia y esta impertinencia, esta apresurada incuria que lleva el solemne nombre de crítica?
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Mi pregunta es la siguiente: ¿cómo un hombre inferior puede criticar a otro superior, juzgar su personalidad, valorar su trabajo? ¿De qué modo puede suceder esto sin convertirse al mismo tiempo en un absurdo?
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Después de tantos años llenos, a pesar de todo, de esfuerzos y de trabajo, ¿quién soy? Un oficinista rendido por siete horas diarias de darle vueltas a la noria, ahogado en todos sus proyectos literarios. No puedo escribir nada aparte de este diario. Todo se va al garete porque cada día durante siete horas cometo el asesinato de mi propio tiempo. Tantos esfuerzos dedicados a la literatura y ella no es capaz de asegurarme hoy un mínimo de independencia material, ni siquiera un mínimo de dignidad personal. ¿"Escritor"? ¡Qué va! ¡Sobre el papel! En la vida, un cero, un ser mediocre. Si el destino me hubiese castigado por mis pecados, no protestaría. Pero yo he sido destruido por mis virtudes.
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La vida del hombre se convierte con los años en una trampa de acero.
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Por tanto, no es malo que los versos contemporáneos no sean accesibles a cualquiera, lo que sí es malo es que hayan surgido de la convivencia unilateral y restringida de unos mundos y unos hombres idénticos. Al fin y al cabo, yo mismo soy un autor que defiende obstinadamente su propio nivel, pero al mismo tiempo (lo digo para que no se me eche en cara que practico un género que combato), mis obras ni por un momento se olvidan de que fuera de mi mundillo existen otros mundos. Y si no escribo para el pueblo, no obstante escribo como alguien amenazado por el pueblo o dependiente del pueblo, o creado por el pueblo.
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La literatura seria no existe para hacernos la vida más fácil, sino para complicárnosla.
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Hoy me he despertado con un sentimiento de deleite por no saber qué es un premio literario, por desconocer los honores oficiales, los mimos del público y de la crítica, por no ser "de los nuestros" y por haber entrado en la literatura a la fuerza, arrogante y burlón. ¡Yo soy el self made man de la literatura! Más de uno se queja de haber tenido unos comienzos difíciles. Pero yo he debutado tres veces (una vez antes de la guerra, en Polonia, otra vez en Argentina y una tercera en polaco en la emigración), y ninguno de estos debuts me ha escatimado humillaciones.
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Oh, pero no es Borges quien me irrita, con él y con su obra yo llegaría a entenderme de alguna manera cara a cara…, lo que me irrita son los borgianos, ese ejército de estetas, cinceladores, expertos, iniciados, relojeros, metafísicos, sabihondos, sibaritas… ¡Este artista puro tiene la desagradable capacidad de movilizar en torno suyo todo aquello que hay de más mediocre y castrado!
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Sí, un escritor debe herir. Es igual que en el amor: hay que llegar a la carne viva a través de la ropa.
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Probablemente sea injusto y algo cruel que mi alta vocación haya estado marcada por una falta de ilusiones tan terrible, por una lucidez tan implacable.
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Después de todo es bastante triste: consagrarse al arte y estar al mismo tiempo excluido del arte, de su ceremonial, de sus jerarquías, de sus valores, de sus encantos –con una desconfianza casi campesina, con una sonrisa campesina entre astuta y malévola.
[Seix Barral. Traducción de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles]