Acabamos de regresar de un viaje a Colombia que nos ha maravillado. Un país joven y en efervescente crecimiento, muy alejado de los prejuicios y la imagen de violencia que se ha difundido en los últimos tiempos desde la pantalla televisva. La Colombia actual se parece muy poco al estado narco-terrorista que hace apenas quince años la hacía desaconsejable como destino turístico.
A día de hoy, el país cafetero parece a punto de explotar como uno de los tres o cuatro grandes destinos turísticos americanos. Lo tiene todo: selvas, bosques, valles cafeteros y playas paradisiacas; preciosas poblaciones coloniales y grandes urbes que rezuman bohemia y cultura; impresionantes monumentos precolombinos y arte contemporáneo de altura; una gastronomía riquísima a precios más que competitivos y un ambiente nocturno bullicioso; y, sobre todo, una población alegre, amable y acogedora.
Tenemos la sensación de que el arte urbano es uno de los ingredientes que han ayudado a revitalizar la imagen (y fachada) de las ciudades colombianas. Hemos estado en pocos sitios con un aprovechamiento más prolífico de muros y fachadas; Bogotá y sus miles de grafiti son un ejemplo perfecto.
Entre confesión y leyenda urbana, nos contaba un taxista bogoteño que el apogeo presente del muralismo colombiano se le debe a Justin Bieber y su visita al país en 2013. Antes de dicha visita -nos contaba el conductor- el grafiti estaba perseguido en Colombia y se tachaba de vandalismo. Sin embargo, cuando el ídolo adolescente se dedicó a pintar los muros de la calle 26 rodeado de sus guardaespaldas en una escapada nocturna, la percepción popular del arte urbano cambió sustancialmente.
El segundo nombre propio del grafiti colombiano es el del joven Israel Hernández, que murió en Miami en 2013 a manos de la policia. Después de ser sorprendido pintando un grafiti, la policia persiguió a Israel y le disparó una descarga eléctrica que acabó con su vida. El caso se ensució lamentablemente cuando los implicados intentaron ocultar la realidad acusando al joven de una actividad criminal que no había cometido, con el fin de camuflar lo sucedido. El suceso levantó enormes muestras de solidaridad en Colombia y causó una gran polémica. Su muerte tuvo un efecto colateral inesperado, creando una corriente de aprecio hacia el grafiti y las intervenciones urbanas.
Hoy en día, el arte urbano está asentado en Colombia hasta extremos que resultarían sorprendentes en una ciudad europea: funciona como muestra espontánea de creatividad, sí, pero ha arraigado también como elemento publicitario y carta de diseño para promocionar negocios, espectáculos o locales de moda. Quedan pocas fachadas vírgenes en una ciudad como Bogotá y la calidad de las intervenciones es, por lo general, altísima. El grafiti se ha convertido (como viene sucediendo en numerosas geografías en los últimos tiempos) en un vehículo institucional para el potenciamiento y la promoción de espacios urbanos deprimidos y localizaciones poco atractivas o desaprovechadas.
Estos son algunos de los muchos grafitis promocionales que encontramos en Bogotá:
Pero, como decimos, en Bogotá el muralismo es ya mucho más que un mecanismo de promoción comercial, se ha convertido en toda una forma de entender la vida y de leer los espacios urbanos. Algunos ejemplos más: