A los editores de Sajalín les debemos el descubrimiento y la recuperación de numerosos autores que, o bien aquí no estaban traducidos o no conocíamos, o bien estaban ya olvidados. Es el caso de Jean Stafford, de Ted Lewis, de Newton Thornburg, de Tom Kromer, de Charles Willeford, de James Ross o de Malcolm Braly, por citar sólo algunos de un catálogo impecable, del que tengo que presumir que me he leído todo y que no he encontrado aún nada malo o mediocre.
George Milburn es (o era) un escritor desconocido en España. Uno de esos tipos de vida breve (falleció a los 60 años), capaz de recorrerse el mapa de Estados Unidos en trenes de mercancías, colaborador de varias revistas con sus relatos y conocedor del éxito con su primer libro, Un pueblo de Oklahoma, éxito que sería efímero y que no le iba a acompañar en sus siguientes publicaciones.
A Un pueblo de Oklahoma se le atribuye cierto paralelismo con Winesburg, Ohio, porque ambas ofrecen historias en torno a una misma localidad, donde algunos personajes se cruzan y reaparecen en algunos relatos. Milburn reunió aquí 36 cuentos ambientados en ese pueblo a principios del siglo XX. Uno de los detalles que más me han llamado la atención es el tono de las historias, que ligeramente pueden ir variando desde las que contienen los frutos del racismo y la violencia hasta aquellas donde predomina el humor. Por aquí pululan un abogado al que llaman "defiendenegros", panaderos, forajidos, carniceros, un médico negro al que los blancos detestan, un contorsionista que está de paso, un indio bebedor que presume de saber hipnotizar, herreros, camareras, agricultores, hombres mutilados… Es una pequeña joya que no deberíais dejar escapar. Os dejo con el inicio del primer relato:
Hubo una época en que, en el pueblo, nadie solía preguntar a los forasteros por qué se habían marchado del lugar del que venían ni cómo es que habían acabado en Oklahoma. Pero eso fue al principio. Al cabo de un tiempo aquello cambió y empezó a hacerse lo contrario. De los recién llegados se esperaba que recorriesen las calles presentándose a los vecinos. Y así, mientras unos comentaban las costumbres locales, los otros hablaban de sus lugares de procedencia y de lo mucho que preferían nuestro pueblo.
John Parnell no lo hizo y por eso los vecinos desconfiaron de él desde el principio, en cuanto lo vieron colocar su placa de abogado junto a la escalera del edificio del First National Bank, se preguntaron qué estaría tramando. Pero nunca llegaron a saberlo con seguridad.
[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo]