Soy débil y me entrego a ti
porque estás solo en la madrugada
que se inicia con una explosión de daños,
de caricias que pudieron suceder y fueron
rito que no te incumbe ahora.
Abre tus ojos al pasar la lluvia,
cuenta las palabras que te quedan por decir,
no las que reviste el deseo con brasas
increíbles y cuerpos maniatados,
sino esas otras más foscas
que claman dolor porque se acaba
el tiempo.
Palabras de ternura para denigrar
esta memoria que ata nuestra vida
a un árbol en llamas.
La verdadera soledad escupirá en tu cara.
Estoy cansado, pero besaré tu rostro
cuando llores.
*
El silencio de la imagen
es la trampa que encierra la escritura,
vértigo de la luz haciéndose,
música inocua que escuchamos desnudos.
A partir de ese momento encuentras
en añicos el poema,
es fragilidad y añoranza
del universo que no pretendes obviar.
Sobre tu mano la mano onerosa
del que regresa para escribir su farsa.
Clava en el corazón ganzúas
y duerme en el desván vacío.
*
A la hora exacta de la contemplación,
cuando los búhos son hermosos vigías
de la última noche
y hay fantasmas que acarician princesas
blandas como la podredumbre,
o caballos huyendo de la piel
porque no amanece nunca,
yo escribo desde otro mundo ajeno,
el de las figuraciones imposibles.
Detrás de este reloj se esconde
también el frío.
Luis Miguel Rabanal, de Los poemas de Horacio E. Cluck (Huerga & Fierro Editores, 2017).