Divagar
por la doble avenida de tus piernas,
recorrer la ardiente miel pulida,
demorarme, y en el promiscuo borde,
donde el enigma embosca su portento,
contenerme.
El dedo titubea, no se atreve,
la tan frágil censura traspasando
—adherido triángulo que el elástico alisa—
a saber qué le aguarda.
A comprobar, por fin, el sexo de los ángeles.