«Canción dulce», de Leila Slimani

El bebé ha muerto. Bastaron unos pocos segundos. El médico aseguró que no había sufrido. Lo tendieron en una funda gris y cerraron la cremallera sobre el cuerpo desarticulado que flotaba entre los juguetes. La niña, en cambio, seguía viva cuando llegaron los del servicio de emergencias. Se debatió como una fiera. Había huellas de forcejeo, fragmentos de piel en sus uñitas blandas (...) La madre, al entrar en el cuarto donde yacían sus hijos, lanzó un grito desde lo más hondo, un aullido de loba. 

Editorial: Cabaret Voltaire
Año de edición: 2017
País de origen: Francia

Páginas: 278
Premios: Goncourt 2016
Y llegó el Premio Goncourt de novela 2016 a mis manos. Ansiosa por leerlo. Un título que sosiega: Canción dulce, y un comienzo que te mete cafeína en las venas: muerte. La novela está inspirada en el caso real de una niñera que en 2012 mató a los niños que cuidaba en un barrio acomodado de Nueva York. Así, de golpe nos encontramos con una escena macabra, dos niños han sido asesinados. En las dos primeras páginas la duda asalta, ¿quién ha podido cometer tal infanticidio?, ¿cuál ha sido el móvil del asesinato? Son dos páginas que introducen un flashback que compondrá el grueso de la novela.

A medida que vas leyendo, descubres quién ha cometido el crimen. Ahí reside la magia de Canción dulce, que, pese al hallazgo, no dejas de leer (lo mismo que en Titanic sabes que se va a hundir el barco). Te ves metido de lleno en la familia acomodada parisina para comprender mejor las claves del crimen. 


La escritora Leila Slimani (Rabat, 1981) nos presenta un thriller sin ornamentos. Palabras justas y escenas narradas con una precisión en los elementos digna del clavo de Chéjov. Myriam, madre de dos niños, decide reemprender su carrera laboral como abogada pese a la reticencias de Paul, su marido, que no quiere dejar a sus hijos en manos de una niñera. Sin embargo, Myriam comienza a trabajar y, finalmente, optan por contratar a una mujer que cuide a sus hijos. El proceso de selección es estricto. No se conforman con cualquier. Ninguna les parece bien. Hasta que aparece Louise.

Louise, ese personaje plagado de vértices y esquinas, carne de cañón para cualquier psicoanalista, se presenta como la cuidadora perfecta. Atenta, responsable, cariñosa, educadora, amable, cortés. La familia la adora. No hay ninguna fisura en su carácter. Consigue mimetizarse con la familia, ser una más, rayando en ocasiones la obsesión.

Pero todo ello se vuelca en oscuridad. Sobre todo, vemos la caída a los infiernos de Louise. Cómo se va torciendo su carácter afable. En ocasiones, los capítulos se centran en personajes circundantes a Louise, que nos hacen entender, con pequeñas pinceladas, partes de su personalidad. Slimani deja muchos huecos por rellenar, pero no deja nada al azar, esos huecos son necesarios para el lector.

Los gritos de los niños la irritan, ella también se pondría a gritar (...) Ya no tiene indulgencia ante los llantos, las rabieta y las alegrías histéricas. A veces siente el impulso de rodear con sus dedos el cuello de Adam y zarandearlo hasta que se desmaye. «Alguien tiene que morir. Alguien tiene que morir para que seamos felices». «Se me castigará por esto  oye decir a su pensamiento. Se me castigará por no saber amar.»

Slimani  ha querido rendir homenaje a la figura de las niñeras, tan presentes en su infancia. A su vez, expone diversos temas de la sociedad actual: el amor en el matrimonio, la maternidad, dónde recae el peso de la educación en los hijos, quién debe traer el mayor aporte económico a casa, de qué manera prejuzgamos otras culturas. Canción dulce forma un collage depurado difícil de olvidar en la mente del lector. No defrauda. Se queda un poso en la mente, un poso que vas digiriendo a medida que pasan las horas.


Fuente: yalibnan

Slimani nació en una familia francófona y fue educada libre, sin obligaciones en la vestimenta ni en la ideología. Opuesta al integrismo religioso (se siente contraria al islamismo) y comprometida con la miseria social, lucha por un mundo con más educación y menos dogmas. Seguidora de autores de la talla de Chéjov, Zweig o Beauvoi, en marzo del 2011, El País la entrevistó con motivo del fallo del Premio Goncourt. Álex Vicente, el entrevistador, le hizo la siguiente pregunta digna de mención (aunque la entrevista merece ser leída en su totalidad):

Recibió una educación liberal, pero con contradicciones. Por ejemplo, le dijeron que era dueña de su cuerpo, pero tenía prohibido pasear a solas con un hombre... Esa situación esquizofrénica es propia de todos los países musulmanes. Existe un abismo entre la esfera pública y la privada. De cara al público, uno debe comportarse de manera piadosa, según la regla moral, guiada por Dios y la religión. Pero, en tu casa, puedes hacer lo que te venga en gana. Practicar el sexo homosexual, tomar drogas, contratar a prostitutas. Mientras la gente no lo sepa, no hay ningún problema.

Como dato curioso, el Goncourt es el mayor premio de las letras francesas. Si aquí tenemos el Premio Planeta, valorado en 601.000 €, allí la dotación del Premio Goncourt asciende a 10 euros. Calidad pura, eso sí. Y ventas aseguradas, ya que se imprimen 400.000 ejemplares de la obra ganadora. La verdad, no sé por qué los comparo, son escalas totalmente diferentes. Comercial contra calidad. No hay color. Eso sí, os recomiendo Canción dulce. Se lee en una tarde y te cala durante muchos años.


Escrito por María Bravo.






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