El llanto de su vaporización incomponible
se engrumece ante la tribulación de los grilletes,sepultando bajo la septicemia de su nombre,
los porqués seráficos de su acromegalia indefectible.
Es el desconsuelo bífido de su enormidad clandestina,
el que se pliega como embrión doliente
y seculariza los dogmas de su opulencia pretérita.
Su dolor el que enmudece ante el vilipendio de su linaje,
ensordeciendo la demencia cuerda de sus cornalinas fervorosas,
concomiendo las dendritas de la mies de su lenguaje;
acorazando el lirismo acuoso de su lengua aturquesada.
La pena de su fuego anestesiado
se desfigura ante la prosa de un politeísmo fariseo,
enclaustrando bajo los frisos de su memoria,
las pléyades hercúleas de su lisura profesa.
Es la desolación omnímoda de su ofrenda amparadora,
la que gime perentoria como neófita indulgente
y temporaliza el misticismo de su inflexión conceptiva.
Su martirio el que deambula ante el oprobio de unas manos infectas,
arrebozando la diafanidad incólume de sus madréporas fecundas,
horadando la polifagia de la escollera de su hermandad;
devanando la ilación arborescente de su pecho ensangrentado.
Ainhoa Martínez Retenaga