Extiendo los brazos
en el pequeño gesto
de un recién nacido.
Me deslizo por la espalda de mi hija,
la luz y los grillos filtran aire y espuma
y aprendo a llorar ternura.
Las dos nacimos cortadas
por una tijera,
llenas de espuma y vérnix
y nos alimentamos de flores y recuerdos.
En su espalda envejece mi rostro feroz
humeante.
Construyo en forma de plegaria
las paredes de la historia.
Nada interrumpe el llanto.
Hay una quietud en su cuerpo
en sus huesos
en su cabello
infinita.
Nada interrumpe el llanto.
Estoy lavando los ojos de la casa.