para obreros
y simulacros de clase media.
Viajábamos constreñidos:
padre, madre
y tres hermanas.
En ocasiones,
una de las tres variantes de perros
de aquella época:
pastor alemán
(las otras eran pekinés
—qué habrá sido de los pequineses—
y chuchos—benditos chuchos, ahora
llamados mestizos—).
También tienda de campaña con avance,
mesas, sillas, hornillo
y tocadiscos de maleta;
discos de Jorge Sepúlveda,
Machín y Luis Aguilé.
Todo ello en un seiscientos color butano.
Y éramos felices.
A pesar de no haber aire acondicionado
y gracias a la ausencia
de cinturones de seguridad.
Sin móviles, redes sociales
ni postureo.
Bocadillos de pan con mortadela
o chocolate duro como piedras.
De verdad: con una pelota,
una cuerda y un yoyo,
y, en mi caso, libros,
éramos muy felices.
Nos enfrentábamos a las olas
y sin saber nadar...
Julia Navas Moreno