Y todos ellos han calado fortísimo en la cultura popular.
Mi personalidad merece doble reconocimiento por ello.
1. Glenn Gould. Escuchar tocar a Glenn Gould es como escuchar el sonido de una máquina de escribir afinada. Sus Variaciones Goldberg bachianas de 1955 son la cima del pop-esnobismo de la música clásica subcategoría resurgimiento del barroco y difusión made in USA vía Hollywood; los cinéfilos recordarán que es el pianista favorito del despreciable Hannibal Lecter. Ver a Glenn Gould tocando en youtube es algo más entretenido porque los excéntricos (se sentaba siempre en la misma silla, muy bajita, lo que le hacía adoptar una postura frente al piano muy pintoresca, como de chalado) siempre nos divierten aunque, en su caso, resulte un poco insoportable escuchar sus murmullos tarareando las frases musicales que ejecuta al piano a velocidad casi siempre exagerada. Dicen que padecía el síndrome de Asperger, pero a mí eso me da igual. De casi todo lo que he escuchado suyo existe una versión mucho mejor interpretada por otro pianista menos pirado que él (en el caso de las Goldberg, Barenboim). Como muestra de las cosas que no me gustan de este señor, este sacrilegio pianístico de La Valse (1920, Maurice Ravel).
2. Sonic Youth (o Joy Division, me da igual). Sonic Youth es el amateurismo musical ruidoso perpetuo, por eso es el grupo de cabecera de tantísimas bandas que comienzan a aporrear bajos, guitarras y baterías. Para muchos es su gran virtud. También lo fue para mí hace un porrón de años pero, escuchados ahora, sus monótonas limitaciones musicales me aburren. De actitud y pose van sobradísimos y la influencia de sus disonancias, marca de la casa, en muchos grupos posteriores son incuestionables. La voz de Kim Gordon es insoportable. Creo que están tan sobrevalorados como Glenn Gould. Cosas de la capital mundial (NY).
3. Pablo Picasso. A finales del siglo XIX los pintores ya reproducían la realidad de maravilla. La puntilla la puso la fotografía. Y entonces se puso el marcador a cero volviendo al primitivismo exótico, las figuras africanas, los ornamentos orientales, los dibujos nipones, etc. Algo había que hacer hasta que llegara el hiperrealismo y las imágenes generadas por ordenador. El caso es que Picasso pintó hace 110 años a Las Señoritas de Avignon como las hubiera pintado un chamán bidimensional del áfrica negra e inventó el cubismo. El cuadro está, por supuesto, en NY. A mí es que siempre me ha parecido horroroso y hace muchos años que dejé de esforzarme en entenderlo más allá de lo que diga la Historia de la Pintura. Picasso se reinventó constantemente. Todos sus reinventos los encuentro igual de poco atractivos que éste:
4. Sigmund Freud. Los científicos serios, o sea, los del método científico, les dirán que el psicoanálisis es una pseudociencia así que, como tal, es dañina. Freud inventó algo dañino. El psicoanálisis nació con el siglo (La interpretación de los sueños, 1900). Siempre fue una pseudociencia machista (envidia del pene) y ninguno de sus mitos ha sido seriamente respaldado por ningún científico. No existen las personalidades oral y anal. No existe la sexualidad infantil. No existen las neurosis consecuencia de frustraciones sexuales. No existen los complejos de Edipo/Electra. Freud fue un curandero. Y a mí me caen fatal los curanderos.
5. Santa Teresa de Calcuta. Odiar a esta señora es muy fácil si lees a Hitchens que la llamaba “Ángel del Infierno”. No es una cuestión de cinismo esto de desmitificar a una Santa, es una cuestión de Justicia para con los pobres enfermos con los que ella tanto disfrutaba confortándoles el alma pero sin curarles el cuerpo. Citando a Hitchens “Cuando ella cayó enferma, voló en primera clase a una clínica privada de California”. Son conmovedoras las palabras de Teresa cuando dijo “creo que es muy bonito para los pobres que estos acepten su suerte, para compartirla con la pasión de Cristo. Creo que se está ayudando mucho al mundo mediante el sufrimiento de los pobres”. Detesto a esta fanática populista ultracatólica.
Despidamos este estupendísimo post con el documental Ángel del Infierno
de Christopher Hitchens:
de Christopher Hitchens: