«Moby Dick», de Herman Melville

Y Dios creó a las ballenas (Génesis). 

Han sido semanas muy duras a bordo del ballenero. Hay que ser un valiente marinero para aguantar olas embravecidas, leviatanes marítimos y barcos de piratas pisándote los talones. No, leer Moby Dick no es apto para cualquier arponero, y menos para cualquier tipo de ojo. Hay que tener el cerebro entrenado y el espíritu a prueba de tormentas. Es necesario haber superado con éxito el olor de la magdalena de Proust, haber aprovechado el tiempo en la Montaña Mágica de Mann y haberse encontrado en el Ulises de Joyce. Leer a Melville debería de estar reconocido en tu currículum y pasar directamente cualquier prueba de selección.

Moby Dick o La Ballena Blanca es la Biblia ballenera con más de 800 páginas. Es un navegar constante (inclusive al final sigue navengando). Yo he sentido la necesidad de saber qué ocurría de verdad en la novela más allá de lo que todos conocemos: un marinero aguerrido que se enfrenta a una ballena monstruosa. Y lo que me he encontrado me ha cambiado la concepción de la obra. Me ha abierto un amplio abanico de simbología y terminología cetácea que puede que nunca emplee en mi puesto de trabajo, como las raíces cuadradas y demás, pero que nunca viene mal. Aquí os dejo las curiosidades más destacadas del libro, gracias al catedrático y traductor José María Valverde.


La obra no se valoró hasta los años 20

Se publicó en 1851 y fracasó estrepitosamente. No obstante, con el paso del tiempo ha llegado a ser una de las obras cumbres de la literatura norteamericana. La novela, cargada de una simbología constante de pasajes de la Biblia, no se leyó en su tiempo por la desmesurada carga de términos marinos y cetáceos (en dos años solo se vendieron 50 ejemplares). El escritor montó en cólera ante su fría acogida y le llevó a una profunda depresión. Su obra magna no fue reconocida en vida. Se redescubrió en los años 20, entre lentejuelas y una América cargada de optimismo, concretamente después de la primera guerra mundial, justo cuando Estados Unidos empezó a asumir la hegemonía mundial. Por ello, era necesario crear monumentos nacionales en todos los ámbitos. Y eso fue lo que ocurrió con Moby Dick, que pasó a ser un clásico literario nacional.


Melville fue marinero

Melville (1819-1891), huérfano neoyorkino, vivió en Boston, centro de gravedad literaria. Un día se embarcó como grumete hasta Londres. En 1841 navegó por el Pacífico en un ballenero, y esa fue realmente la base para la trama de Moby Dick. De hecho, se cuenta que realmente tuvo ocasión de ver a su Moby Dick particular en las costas de Chile, suceso narrado por el historiador Nathaniel Philbrick en In the Heart of the Sea: the Tragedy of the Whaleship Essex. En las islas Marquesas se pasó a otro ballenero, y fue así enlazando barcos a la vez que recorría mares y océanos: los mares del Sur, Haití, Hawai, México, Perú... Sus libros posteriores, de hecho, relatan viajes marineros.

Es casi un tratado de biología cetácea

Moby Dick debería ser obligatorio en las clases universitarias de biología marina. Ismael nos presenta a los cetáceos en sus múltiples versiones. Te desmigaja cada parte de su cuerpo en cada capítulo: la cola, los ojos, el aceite de esperma, las aletas, la carne, cómo preparar la carne, como cazar a las ballenas, sobre el número de veces que expulsa el chorro de agua, sobre la blancura de la ballena, su cabeza, masa craneal, las medidas de su esqueleto, sobre la leche de ballena, la que «han probado los hombres y va muy bien con fresas» (nota del capítulo 87). Ya sabéis con qué agasajar a vuestros comensales. ¡Todo un manual, vamos! es una enciclopedia informativa digna de cualquier estudioso.

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Entre las costillas y a cada lado del espinazo, está provista de un laberinto cretense, notablemente enredado de conductos como macarrones, los cuales, cuando abandona la superficie, están completamente hinchados de agua oxigenada. Cap. 85.

Se marca unos monólogos sensacionales sobre la defensa de la caza de ballenas.

La ballena, diréis, no tiene ningún escritor famoso, ni la pesca de la ballena tiene cronista célebre. ¿Quién escribió la primera noticia de nuestro Leviatán? ¿Quién, sino el poderoso Job? ¿Y quién compuso la primera narración de un viaje de pesca de la ballena? ¡Nada menos que un príncipe como Alfredo el Grande". "¿Qué la pesca de la ballena no es nada respetable? ¡La pesca de la ballena es imperial! Por una antigua ley estatuida por los ingleses, la ballena se declara pez real (...) Desde este momento atribuyo en previsión todo el honor y la gloria a la pesca de la ballena, pues un barco ballenero fue mi Universidad de Yale y mi Harvard. Cap. 24.

La trama no es muy extensa 

El libro tiene 135 capítulos. Los hay de todo tipo: cortos y largos, pesados y livianos, polifónicos, aburridos, saturados, mojados, ensangrentados... Bien, de esos 135 capítulos, solo 35 (y digo muchos) de ellos siguen una trama lineal. El resto te habla, como no podía ser de otra manera, sobre..., ¡eso es!, sobre ballenas. Premio a la señorita de la tercera fila.


No debería titularse Moby Dick

Una opinión personal, por supuesto. Más que nada para crear un poco de controversia en esta entrada. Es cierto que la ballena es un ente que eclipsa el libro, pero por su corta aparición, voy a proponer otro título: Pequod, nombre del barco ballenero. ¿Por qué? Porque de 134 capítulos, Moby Dick solo aparece en 3. ¡En 3! Es más, hasta el capítulo 41 no se nombra a Moby Dick. Por otro lado, podría considerar el Pequod como una representación de la humanidad, ya que en él viaja toda clase de países: Inglaterra, Holanda, Chile, Malta, Haití o Portugal. Vamos, un título que englobaría más de un concepto significativo.

Hay varios tipos de narradores

En los primeros capítulos, Ismael nos cuenta la historia desde su posición de protagonista; pero luego es un mero observador de lo que ocurre en el barco, aunque es verdad que en ocasiones no está en lo que ocurre y el narrador se camufla en omnisciente. Por cierto, Ismael fue: zoólogo, albañil, excavador de zanjas, canales y fuentes, bodegas de vino, sótanos y cisternas de todas clases (cap. 104). La delicia del manitas.

Ismael no es el protagonista del libro

Llamadme Ismael, es uno de los comienzos más famosos de la historia de la literatura. Pero lo adelanto, Ismael no es el protagonista del libro. Es cierto que él empieza a contar la historia, pero a los pocos capítulos deja de ser el centro de su propia narración. El protagonista (sin contar a la ballena) es Ahab, el capital del barco ballenero, nombre bíblico del Primer Libro de los Reyes. Él es el rey rebelde contra Dios, el marido de Jezabel. Y en el libro, Ahab también se rebela contra el monstruo que se le ha impuesto. Moby Dick, en este caso, sería un Dios malo. Pero Ahab, capitán soberbio de cuerpo mutilado con pata de palo, lucha en vano. Es una batalla contra el mal, en este caso la Ballena Blanca, que dura demasiado, y el capitán Ahab enloquece por su captura. Es una persecución constante que se convierte en venganza. Lo curioso es que no es una lucha entre el bien y el mal, o entre dos males sin reconciliar. De principio a fin, Moby Dick se presenta como un canto profético de persecución hasta dar con ella de una forma catastrófica. 

Hay una constante por llamar Leviatán a la ballena

A steampunk Captain Ahab vs. 
a prehistoric Moby Dick 
Illustration by Josh Guglielm
Leviatán es el gran monstruo marino que aparece en la Biblia (Job, 3, 8). En el siglo XVII, el filósofo Thomas Hobbes escribió su obra Leviatán como símbolo del Estado surgido de un gran armisticio. Mi pasaje preferido a este respecto lo vemos en el capítulo 87, cuando habla de los pequeños leviatanes hasta con cierto sentimentalismo. Una no sabe si reír o sentirme en un adorable infierno leviatánico.


Así vio ahora Starbuck largos rollos del cordón umbilical de Madame Leviatán, que parecían sujetar todavía al joven cachorro a su mamá. No es raro que, en las rápidas vicisitudes de la persecución, ese cable natural, con su extremo maternal suelto, se enrede con el de cáñamo, de tal modo que el cachorro quede preso. Algunos de los más sutiles secretos de los mares parecían revelársenos en ese estanque encantado. Vimos en la profundidad juveniles amores leviatánicos.

Parece que solo existe Moby Dick en el mar

Mostrando IMG_20170303_204636.jpgNo sé cuántas ballenas blancas había en el mar a mediados del siglo XIX, pero apuesto a que sería complicado ver a la misma más de dos veces. Y, más que eso, reconocerla. Primero porque todas parecen iguales y después porque, por aquel entonces, no había dispositivos de localización. Lo curioso es que Ahab recorre el ancho mundo marítimo con la intención de dar caza a su leviatán. ¿Lo encontrará entre un centenar de cachalotes? ¡Bingo!, si no la historia no tendría gracia. Aquí os dejo un extracto de esa investigación sin fin para encontrar a Moby Dick. Barco que se encuentra por el camino, barco al que pregunta. Y la flauta sonó. 


Melville en la música

Nuestro autor ballenero ha dejado una descendencia artística. Lo vemos en Richard Melville Hall, más comúnmente conocido como Moby, músico compositor y dj estadounidense. Herman Melville fue su tío bisabuelo. Y la música sigue rodeando a Moby Dick, esta vez en Madrid, dando nombre a uno de los clubes más conocidos de la capital de música indie y pop-rock, abierto desde 1992.


Melville en el café

Lo que jamás hubiera imaginado nuestro grumete ballenero es que una marca como Starbuck se hubiera fijado en él. En la novela, Starbuck es el primer oficial del barco del capitán Ahab. Al cofundador de la empresa, Gordon Bowker, le gustaba el nombre de Pequod, pero su socio creativo, Terry Heckler, no lo vio apropiado dada la semejanza entre Peequod y pee (que en inglés significa pis). No es de extrañar que se fijaran en un clásico literario para el nombre de Starbuck, puesto que los tres socios fundadores son un escritor, un profesor de historia y uno de ingles. 

*  *  *

Os dejo con una de las frases de Melville al terminar la novela: «He compuesto un libro perverso, y me siento tan inmaculado como un cordero». No dejéis de disfrutar el libro con un cuenco de leche de ballena y fresas. ¡Así, sí que se disfruta de la literatura! Gracias, Melville.


Escrito por María Bravo




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