Si pudiera cambiarme las piernas, una pasaría a llamarse Marina Tsvietáieva y la otra Agota Kristof. Sobre ellas —con ellas, solo con ellas— caminaría. En mí están, ¡pero no como piernas!: como literatura leída. Quieta me quedo. Mi instinto escarba en la nieve. La razón —sus preguntas—: ¿Hay día libre de noche?