Furores íntimos

Antes, o sea todos estos últimos años con mi marido, respondíamos al tonto cliché de que la mujer nunca tiene ganas y el hombre quiere siempre y en cualquier lugar. Pero una vez que se habían tocado los botones precisos, pensaba para mí: ¿por qué nunca se me ocurre la idea de hacerlo? ¿Por qué no lo seduzco, por qué tiene que ser siempre él quien me seduzca a mí? Para mi marido era bastante humillante llevarse calabazas constantemente y tener que ser siempre él el iniciador de nuestra actividad sexual. Discutíamos mucho. Yo mentiría si dijera que tenía ganas de sexo. Ni una sola vez las tuve. Sólo colaboraba para hacerle un favor y porque sabía que, de lo contrario, nuestra relación se iría al garete. Todos lo sabemos: si en la cama la cosa ya no funciona, el que todo se vaya al garete sólo es cuestión de tiempo. De eso estoy firmemente convencida. Pero en cuanto la parálisis inicial estaba superada, yo me ponía a cien. Y después siempre decía: "¿Por qué no me recuerdas cuánto me divierto? Si lo hicieras, no me haría tanto de rogar". 
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. Charlotte Roche, Furores íntimos

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