ruge la lluvia oblicua contra el cristal y la noche tenebrosa ahí fuera, a medio metro escaso de mí, tras la ventana y los tabiques de estas cuatro paredes, todo negrura y oscuridad ahí fuera, pero la luz de mi corazón sigue encendida, no sé muy bien cómo ni con qué combustible, pero sigue aún encendida, pez abisal, vela que agoniza, faro en la tormenta, y es, pienso contemplando el confín desolado, como si algo crucial e ineludible tuviera que iluminar, otros corazones y cuerpos, sirenas o náufragos en semejantes tormentas, faros destellantes allá lejos, muy lejos, en medio de las tinieblas...
Vicente Muñoz Álvarez