Querido lector, no he escrito sobre Salvador. […] Pero cuando yo pienso en los ochenta, me viene a la cabeza el marshmallow gigante aplastando taxis en Nueva York. No digo que una cosa sea mejor que la otra, lo que digo es: ¿cuándo fue la última vez que te dieron ganas de ver Salvador? A las diez y nunca, seguramente. ¿Y cuándo fue la última vez que te dieron ganas de ver Cazafantasmas? Hace dos segundos, cuando he mencionado el marshmallow gigante, ¿a que sí? […] No hace falta decir que Salvador (o Blade Runner, o Alien, o El precio del poder, o La chaqueta metálica) son Buenas Películas de los Ochenta. Todo el mundo lo sabe. Quería escribir sobre por qué las Películas Divertidas de los Ochenta (como Jungla de cristal, Magnolias de acero, La chica de rosa y Aventuras en la gran ciudad) también son Buenas Películas de los Ochenta.
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Dirty Dancing es una película pensada totalmente para un público femenino y, sorpresa, sorpresa, los críticos varones le dieron muy malas críticas. […] La crítica de cine del Philly Inquirer Carrie Rickey escribió décadas después: "[El entonces crítico del New York Times] Vincent Canby coincidió conmigo en que, al igual que con Buscando a Susan desesperadamente, la resistencia de la crítica a Dirty Dancing pudo darse por tratarse de una película centrada en lo femenino". No es nada nuevo que los críticos varones tachen de frívola o banal a una película (o libro, o serie de televisión) para mujeres. Lo que resulta más sorprendente es que muchos de los aspectos de la película que ahora nos parecen extraordinarios se pasaran por alto entonces.
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En 2013, solo hubo un 10% de mujeres entre los guionistas que trabajaron en las 250 películas con mayor recaudación. Si el 90% restante de los guionistas son demasiado vagos para escribir una película desde la perspectiva de una mujer, el resultado es lo que vemos ahora: una absoluta escasez de películas sobre y para mujeres.
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A pesar de que todavía obtienen la gran mayoría de los papeles principales y de las líneas argumentales, los hombres no consiguen mucho más en la cultura pop actual. Un tropo especialmente popular para los padres en las series de televisión hoy en día, desde Los Simpson y Modern Family pasando por Peppa Pig, es describirlos como hombres-niño incompetentes que intentan con poca fortuna seguirles el ritmo a sus mujeres más maduras. […] En las comedias estadounidenses de ahora, los hombres no son bobos de una forma tierna ni buscan la atención femenina con ganas pero sin llegar al punto de la desesperación, como ocurría en los ochenta, sino que ahora se presentan como adolescentes crecidos que ven a las mujeres como zorras a las que humillar o como figuras maternales a las que venerar.
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La razón por la [John] Hughes era capaz de escribir sus guiones sobre adolescentes tan rápido era porque incluía mucho de él mismo en ellos, tanto emocionalmente como en los detalles. Resulta fácil burlarse de la homogeneidad del mundo que se presenta en estas películas, en el que todos los personajes son blancos y heterosexuales. Pero Hughes nunca pretendió que sus películas fueran universales, eran retratos tremendamente personales de su propia infancia y de su adolescencia en los barrios residenciales de Illinois (casi nadie hacía películas ambientadas en Chicago hasta que apareció Hughes). Pero las emociones que presentan universalizaron su cine y, con su narrativa sencilla, sus tropos conocidos y sus claras divisiones entre lo bueno y lo malo, las películas de adolescentes de Hughes se han convertido en un equivalente de finales del siglo XX de lo que fueron los westerns para la primera mitad del siglo: los estadounidenses que crecieron con ellas ven sus propias vidas y los no estadounidenses que crecieron con ellas ven Estados Unidos.
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El argumento más común en defensa de la escasa representación femenina en el cine actual es que los estudios no son sexistas, sino que solo piensan en la rentabilidad. Mientras que las mujeres van a ver una película con protagonistas masculinos o femeninos, los hombres solo quieren ver películas con hombres como protagonistas; en otras palabras, es el público el que es sexista.
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Regreso al futuro es extremadamente divertida y tierna, pero la gracia no está en los choques culturales entre 1955 y 1985, sino en la manera en que las mentiras que George y Lorraine soltaron en 1985 sobre su época de adolescentes quedan al descubierto cuando su hijo viaja en el tiempo hasta 1955.
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Es divertido hablar de series en las redes sociales con tus amigos y otros seguidores, o seguir a los críticos que tuitean en directo los capítulos. Pero no es lo mismo. Lo que hemos ganado con dramas de cincuenta horas en canales por cable de prestigio, lo hemos perdido en noventa minutos de puro placer en cines locales.
[Blackie Books. Traducción de Zulema Couso]