Nos acabábamos de levantar. Tenía una goma elástica en la muñeca. La sacó y con diestros movimientos mil veces realizados se hizo una cola de caballo, corta pero bailarina. Después me miró a mí. Masticaba. Mantenía en la mano una tostada con la muesca de su mordisco. De su café ascendía una fina espiral de humo blanco que cruzaba delante de sus ojos sin inmutarlos.
-¿Qué piensas? -pregunté.
-Nada.
Uno no puede mirar así y no estar pensando en nada. O eso al menos es lo que yo quería creer.