Tengo hambre
-dijo ella.
No te preocupes
-dijo él.
Entonces, separando suavemente
las piernas largas de la muchacha con las suyas,
penetrándola,
hasta el hartazgo
hasta el fondo
hasta el máximo límite del mismo dolor:
sació su apetito.
Ella no volvió a quejarse.
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