Los perros

Rasgo mi vestido de colores en busca de mi fragilidad.
Señalo: alteraciones nerviosas aquí,
espasmos aquí, cucarachas aquí,
depresión sin llanto aquí.
Todo está en orden, pienso.
Salvo mi vestido de colores
que ahora, casi a modo de promesa, se ha enfermado de mis manos. 
¿A qué le tenés miedo, Noelia?
Cada día, cerrada como una tumba,
sacrificaré al animal que vive cuerpo adentro
para arracarle su flor y sus colmillos
y cubrirme, si fuera posible, con su piel.

Temor, aquí. Tiemblo. El cuerpo aún desnudo no sabe
que tiene miedo. ¿A qué?
Las manos tachan una muerte bastante explicable.
Fuera de esta casa los perros aúllan
y se esconden.

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