De yardas y barro





Acabo de retirar tu nombre. Se me ocurrió leyendo sobre Jackie Robinson. A lo mejor no sabes de quién te hablo. En los cuarenta fue el primer negro en jugar en las Ligas Mayores de Béisbol. Sus rivales y algunos entre sus compañeros le odiaban por ello. Desde las gradas le insultaban cuando salía a la cancha, hasta soltaban gatos negros al campo. Los del equipo contrario le lanzaban a la cara o le escupían en las zapatillas. Pero Jackie bateaba y cerraba las bocas a todos aquellos blanquitos malnacidos. Los Dodgers de Brooklyn decidieron retirar su dorsal como homenaje y ningún jugador ha vuelto a usar el cuarenta y dos en décadas.


Esto es parecido. Para mí nadie más desde ahora volverá a llevar tu nombre. En nuestro juego amamos a personas que lo merecen si decides que a ningún otro cuerpo lo nombrarás de nuevo como al suyo. Cualquiera puede tatuarse la piel, pero despojar de él en tu interior a quien lo llevara antes de conoceros o negárselo en adelante a quienes te pidan que les llames así, es en verdad trofeo.

Siendo lances a puerta cerrada, no consiste tanto en honrar a los exitosos sino más bien a hombres y mujeres que acudieron a encuentros intrascendentes salvo para quienes allí sudaron. 

Como esos ciclistas. Se les adivina enseguida porque son los que cuando escapan nadie hace por perseguirlos. ¿Te pasó alguna vez? ¿Llevar tiempo reuniendo fuerzas para alejarte y descubrir que te dejan marchar sin siquiera levantar la mirada? A veces incluso les permiten ganar las etapas casi sin público que nada cambian, que a nadie importan. En verdad se inscribieron para otra cosa. Participan en la carrera preparando el terreno a quien realmente puede ganarla. Durante un tramo avanzan junto a él cuidando que no se quede atrás y le mantienen a salvo de caídas. Por fin llega el momento y se apartan al borde de la carretera para que salga veloz preocupado hasta la obsesión de lo que aguarda delante ya sea la meta, una quimera, otro país o aquella decisión estúpida que tomamos. A gente como esa, me refiero, deberíamos reconocer retirando sus nombres. Cuando jóvenes, es frecuente dar con amantes así. No solemos acordarnos de ellos luego, si acaso en el momento años después, con alguna victoria insignificante, de hacernos a un lado.

Pienso que sería bueno dedicar este tributo secreto al menos un par de ocasiones a lo largo de nuestras vidas, aunque ninguna más. Tú me enseñaste que, amando de veras, únicamente cometemos penalización a partir de dos.

A ti no voy a pedirte tanto. Recuerda las yardas y el barro si en el futuro, cuando tal como me van las cosas no tenga dónde ni sobre quién caerme muerto, volvemos a vernos. Si eso pasa, sincera me haces tan sólo una seña de las convenidas en vestuarios que signifique un sencillo “bien jugado”.

El triunfo último resérvalo mejor a quien se lo gane a conciencia, para el perdedor al que apostaste por una corazonada teniendo cinco a uno en su contra y casi lo logra. Aún guardas por ahí el maldito boleto de la vez que estuviste tan cerca de dejar las apuestas.  

Quien apenas consiguiera una breve reseña en el anuario deportivo, pero fue precisamente a ti a quien tumbó.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*