Habitaciones con el cabello que te han cortado desde los quince años. Cada uno de los condones que has usado y que colocas en el lavabo antes de arrojarlos a la basura. Los sellos del pasaporte como frascos donde guardas tu saliva. Los cigarros que compartiste con uno de tus amantes, al que sólo recuerdas en playera y con los calcetines a las rodillas. Aquella película llamada Principiantes donde el personaje principal recuerda a sus padres y exparejas por medio de fotomontajes, objetos que estuvo a punto de extraviar y de recuerdos enmarcados en el desajuste.
Apenas nos tocamos en todo el día.
Ya en la casa de Akiva, tomamos el café de a sorbos y comemos la torta con cuchara,
Apenas nos tocamos en todo el día.
Ya en la casa de Akiva, tomamos el café de a sorbos y comemos la torta con cuchara,
y Akiva cuenta anécdotas en el patio, mientras la sombra va cayendo
cada vez más espesa, de Tel Aviv y las primeras guerras,
de la época en que trabajó en un buque de carga que lo llevó a New Jersey;
del LSD y el prodigio de percibir sus propios pies tan lejos
como se nos aparece el mundo desde arriba del Empire State;
de su fervor por proteger un insecto que encontró
mientras meaba, todavía drogado, en un mingitorio de Londres;
de una mona japonesa de nombre Yazmin (“Ésta es Yazmin, mírenla
cómo me acicala”), inmortalizada en celuloide en el acto
de sacarse una costra de la parte de arriba de la cabeza.
Akiva se levanta en busca de un CD de Pink Floyd.
Me duelen los ojos. Shadi está en silencio. Tiene puesta la camisa blanca
que yo asocio a la época en que me empecé a enamorar de él.”
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